jueves, 30 de julio de 2020

Coincidencia

Juan Carlos Alarcón

Recuerdo, fue un día cuando estaba dando clase, descubrí una estudiante al fondo de la sala, casi escondida. Hasta ese momento ella no había hecho ninguna pregunta, se mantenía con una discreción enorme. Yo la descubrí por casualidad y le pregunté ¿por qué teniendo unos ojos tan hermosos me los quería ocultar escondiéndose detrás de los otros estudiantes? Ella me miró sorprendida y se veía que su timidez era enorme como la torre Eiffel y no sabía que decir. Entonces, le comenté: cuéntame un poco el tema de la clase como si fuera una conversación al oído, una conversación entre amigos. Luego agregué: yo tengo una sobrinita que tiene tu misma sonrisa y ella, que es no es tan tímida como vos, sonríe siempre.

Lo único que atinó a responder la estudiante fue:

- ¿Y cómo se llama su sobrina? Me mató. Eso no lo esperaba. Entonces sonreí, le pasé mi mano cariñosamente por su mejilla, y dije:

- Lisbeth.

Ella terminó por asesinarme del todo cuando respondió:

- Yo también me llamo Lisbeth!

Siempre pensé que la vida tiene imprevistos imponderables. Entonces le comenté que cuando pase su examen final, ella ya tiene tres puntos a su favor y todo el mundo se cagó se risa.

 


martes, 14 de julio de 2020

Las tres Cruz

Juan Carlos Alarcón

Como de costumbre las hermanitas Cruz entraron a casa como un torbellino y por detrás su padre, mi hijo, que se hacia el tonto. Las 3 Cruces, como yo les llamo, son mis tres nietas: Magdalena Cruz, Massilia Cruz y Mariana Cruz.

La gran incógnita familiar es: por qué a sus tres hijas le pusieron el mismo segundo nombre? Mi teoría es porque cuando llaman a una sola lo hacen por su primer nombre, pero cuando quieren retar a las tres, porque han hecho alguna macana, sus padres gritan: Cruz!... y las tres se detienen de golpe, sonriendo como si fueran tres angelitos.

Las hermanitas Cruz funcionan como trillizas, pero no lo son, se llevan dos años entre cada una de ellas. Y aunque las travesuras las hacen juntas cada una tiene su propio carácter. Magdalena es muy charlatana, habla hasta por los codos dirían en Argentina; Massilia es pura sonrisa pero muy inquieta, “demasiada” aclararía su abuela y, Mariana, con sus enormes ojos azules se pasa observando para todos lados hasta que encuentra algo que pueda servirle para jugar o encapricharse. Las nenas corrieron a hurgar toda la casa porque saben que en algún lado yo tengo escondido alfajores de fruta y caramelos de leche.

Cuando mi hijo entró a casa y por los ojos que puso, aunque no dijo nada, seguro que debió pensar que me había vuelto loco.

Sobre la mesa del comedor yo había puesto todos los vasos que tengo boca abajo, hasta por las dudas también tiré las flores y puse boca abajo los dos jarrones. El consejo de hacer eso me lo dio Silvia Mouzo, Vipi, cuando hace algunos años le comenté que llevaba días buscando unos papeles que no podía encontrar. Según ella, si ponía un vaso boca abajo, eso me ayudaría para acordarme y encontrar mis malditos papeles. Pero, como al día siguiente, yo seguía sin encontrar nada, me dije que tal vez mis vasos eran pequeños y puse todo lo que tenía boca abajo. Nunca hallé nada, pero continué haciéndolo cada vez que se me extraviaba algo.

Magdalena se paró a un costado de la mesa y luego de pensar un rato, preguntó si eso era una escultura. Ella se venía de acordar que una vez la habían llevado a una exposición donde todos los techos estaban cubiertos de tenedores, cuchillos y cucharas que colgaban.

Mi hijo que bien conocía esta manía mía, me preguntó: qué perdiste esta vez?

- Mis dientes! Hace días que lo estoy buscando.

Este largo periodo de usar el tapa boca tiene su pro y su contra. La parte positiva, más allá de evitar el virus maldito, era que siempre andaba con la boca cubierta y no tenía que preocuparme por andar poniéndome a cada rato la dentadura postiza. Lo contra fue que hace tanto tiempo que no usaba los dientes postizos que los había perdido, ya ni idea dónde los guardé

Entonces, Massilia pegó un grito de contenta y apareció con un paquete sin abrir de alfajores que encontró en mi dormitorio adentro del ropero.

Una hora más tarde se fueron y yo los saludé desde la ventana mientras se acomodaban en el auto. De pronto Mariana comenzó a gritar y llorar. Mi hijo se bajó y volvió a entrar a mi casa para devolverme mis dientes. Mariana los había encontrado y se los llevaba para jugar con sus muñecas.

 


viernes, 3 de julio de 2020

Cuestión de cultura :


Juan Carlos Alarcon

Acaso 6 meses puede ser mucho tiempo o tal vez poco, todo depende desde el ángulo de vista que uno mire las cosas. Recuerdo que me iba para Argentina donde pensaba linyerear por varias provincias y en ciertos lugares inhóspitos que siempre visito
Claro, en Argentina la gente también tiene dos ojos, una nariz, una boca, dos brazos y hasta el sexo entre las piernas, como aquí en Francia. Todo parece igual, salvo las costumbres cotidianas. Eso que  normalmente le llaman cultura.
Después de 6 meses regresé a Francia y me encontré con el primer choque cultural. A mi hija se le ocurrió reunir toda la familia en su casa a cenar y me preguntó si continuaba con mi dieta. Tonto de mí le dije que sí. En Argentina mi dieta consistía en asados, achuras, empanadas, cordero al horno con papas, sorrentinos caseros con salsa de pollo, dorados del Paraná asados a la parrilla con limón, envueltos en papel de aluminio, pucheros con choclos y batatas, hasta un guiso de mondongos me hicieron. La dieta era simple: comer moderadamente. Era el consejo que me daban cuando me ponían un plato de locro en pleno verano. Pero esa dieta me parecía justa.
La primer cena que me sirvió mi hija fue: de entrada una bolita de arroz con queso y atún acompañada de ensalada verde. Después puso frente mío una diminuta costeletita de cerdo con salsa de champignon y papitas hervidas al vapor. Me cagué de hambre! Sin embargo no podía decir nada, porque mi nieta “Magda, la princesita”, como le llamo a la hija de mi hijo, me iba contando las calorías con una calculadora en la mano. Ademas, cada que mis ojos se ensombrecían, mi hija miraba sin disimulo la balanza electrónica que tiene bien a la vista. Lo único que le faltaba eran dos luces para que se parezca al obelisco donde todos van a protestar. Si hubiera sido allá, seguramente yo le echaría la culpa a Cristina. En Argentina es mas simple: la culpa de todo la tiene la ex-Presidenta. Aquí las cosas son diferentes y tuve que contener los insultos contra la balanza porque me acordé que fui yo mismo quien se la había regalado a mi hija hace un par de años.
Yo soy ladrón de besos y cuando una chica joven y lindona se me pone al frente, aunque sea para preguntarme la hora, yo aprovecho para robarle un beso. Es una cuestión cultural. Aquí en Francia me miran sorprendidas, se ríen, me dicen qué loco este tipo y siguen su camino. Por supuesto, hubo una vez que una chica me cacheteo, pero hubo otra que expresó: “no es así como se hace” y me dio un beso que me dejo atolondrado.
En Argentina, las cosas son diferentes, tenía que cuidarme muchísimo, porque cada vez que le robaba un beso a una chica ya se creía que estábamos de novio. Y en las pocas veces que caí en una cama me preguntaron cuando nos casábamos. Sin duda los choques culturales eran grandes! Los últimos meses decidí ser monje y me encerré en una casa en plena zona rural para evitar las tentaciones!