sábado, 27 de junio de 2020

Hablemos de amor


Juan Carlos Alarcón

El otro día, cuando necesitaba ubicar una amiga con la cual trabajo y que anda medio prófuga; su mamá me dijo: “La nena está saliendo con un pibe y ha perdido los pedales”.
Por supuesto, ya no se puede creer en las promesas de citas de trabajo con amigas enamoradas y decidí ir al cine a ver “Identificazione di una donna” (identificación de una mujer), un viejo filme de Michelangelo Antonioni que realizó en el 1982. Pocas personas conocían mejor a la mujer que él. Pero a la salida del cine me encontré con otra chica que estaba medio destruida por haber amado. Eso me hizo pensar ¿qué es lo que yo hacía cuando una mujer me abandonaba y quedaba dolorido y embroncado? Yo canalizaba mis penas escribiendo poemas, cosa que nunca me solucionó el problema con las mujeres, y como fueron tantas las que me largaron eso hizo que me transformara en poeta y hasta pude publicar varios libros. La gente con experiencia diría: no hay mal que por bien no venga.
Esto del amor es simpático y pertenece a lo cotidiano de cualquier persona. Teorías se han desarrollado demasiadas. Pero cuando uno habla de amor, sin lugar a dudas también está hablando de sexo, a tal punto que también escuché decir que era mejor tener amigas que pareja, porque el sexo echa todo a perder y complica las relaciones entre los seres humanos. Claro, yo soy un viejo setentista con teorías hippies comunitarias y recordé rápidamente a James W. Prescott, nuestro ideólogo intelectual de la época, que decía convencido que la privación de placeres físicos constituían la raíz de la violencia, porque cuando los circuitos del placer están encendidos los de la violencia están apagados y viceversa. Según el gran James, una personalidad orientada hacia el placer manifiesta raramente un comportamiento agresivo mientras que una personalidad violenta casi no es capaz de experimentar y de gozar de actividades sensualmente placenteras. En resumen, si el placer o la violencia se acrecientan el otro decrece.
Si Trump hubiera leído a James Prescott seguramente que en vez de enviar a sus soldados cargados con armas y municiones los hubiera enviado con preservativos y flores, yo les aseguro que eso hubiera desorientado a cualquier enemigo. Esto me lleva a pensar que el amor también podría ser una cuestión política, de socialización entre los seres humanos.
Según Helen Fisher, famosa antropóloga que estudia la química del cerebro involucrada en el amor y el sexo, explica que hay tres motores para las interrelaciones: el sexo, el amor (“cuya actividad cerebral es muy parecida a la de la coca) y el apego. Aunque uno, no lleve necesariamente al otro. El orgasmo genera las sustancias químicas necesarias para generar y sentir apego. Cuando no hay orgasmo, no hay apego y sin apego no hay sociedad. Una excelente razón para tener sexo creando un compromiso social. No importa si cuando nos abandona la pareja que nos dejan con una rabia inconmensurable recurrimos a “Poema a una mujer” de Cortazar para consolarnos.
“Eso es hacer el amor como los animales” me replicó escandalizada una vez una mujer que había hecho de la fidelidad un templo de idolatría. Pero reconozco que la idea de hacer el amor como los animales es siempre tentadora, y allí siempre hay un etólogo para ver los rituales del cortejo y el apareamiento como armoniosas aventuras, los delfines tienen sexo por placer como los seres humanos y el cerdo tiene orgasmos que duran 30 minutos. Claro que hay etólogos que agregan que hay algunos animales no cooperativos, como por ejemplo la mantis religiosa en la cual la hembra se come al macho durante la cópula. Yo conocí seres humanos que hacían casi lo mismo. Existen conflictos de intereses entre macho y hembra en el cortejo y el apareamiento.
La cuestión es que el sexo es visto como formando una incómoda alianza, en la cual cada uno trata de maximizar su propio éxito en propagar sus genes. Los animales cooperan porque ambos propagan sus genes por medio de la misma progenie y por lo tanto cada uno apuesta el 50 por ciento en la supervivencia de las crías. Pero si tenemos en cuenta lo que explica del ser humano la neuropsiquiatra Dra Louann Brizendine en The Female Brain, el 85% de los hombres entre 20 y 30 años piensan en sexo ¡cada 52 segundo! ¿Cómo no voy a estar nostálgico de mis 30 años?
En Archives of Sexual Behavior, psicólogos de la Universidad de Texas publicaron y caracterizaron 237 razones sobre porqué deseamos tener sexo hombres y mujeres, lo que demuestra la complejidad psicológica del tema. 237 razones en el lenguaje corporal, comandado por el cerebro, es un laberinto más complicado que un teorema de Pitágoras. Entonces cuando mi amiga preguntó que consejo podría darle para vencer el sufrimiento que estaba produciendo esa ruptura de amor. El consejo que me salió fue simple, sobre todo para quienes van a debutar a ser infieles: No se dejen descubrir como estúpidos... ¡sobre todo la primera vez!




viernes, 12 de junio de 2020

La venganza se come en plato frío


Juan Carlos Alarcon


Yo podría haber sido jugador de fútbol, acaso mejor que Maradona y Messi juntos, pero mi papá que tenía un humor raro me cortó las ganas de raíces. Siempre me retaba porque yo tenía la costumbre de patear todo lo que encontraba tirado en mi camino: latas de tomates, cajas vacías de cartón de vino chinche, hasta el “Soberbio” debía andar esquivando mis chuteos.
Todavía lo recuerdo. Mi papá escribía con la derecha pero a la taba la hacía bailar con la mano izquierda. Papá era un gigante que solo reventaba los pulmones para expresar los goles de Racing de Córdoba. Eran momentos muy excepcionales que solo ocurrían una vez o dos veces al año.
Un día casi se murió de tanto reír. De viejo me confesó que hasta le había dolido el pecho. Fue cuando quiso curarme esa manía de patear todo y metió una bocha de madera adentro de una media y la dejó a un costado del patio de tierra. Carajo, yo la pateé como si fuera un penal!!!
Me llevaron a ver a doña Rosa, la curandera sin titulo del barrio, porque creían que yo me había quebrado los tres dedos más lindo de mi pie.
Mientras mamá explicaba a doña Rosa el accidente, papá se puso a comer una manzana para taparse la boca y así no volver a tentarse de la risa. Pero la curandera salió cara. A doña Rosa se le pagaba con gallinas y como las únicas que quedaban en el gallinero de casa eran las ponedoras mi mamá le dio el gallo, ese que le llamaban el “Soberbio” por su manera engrupida de pararse.
Mi papá largó lágrimas, pero con mamá no se discutía, y el camino de regreso lo hizo rabiando entre los dientes, hasta chuteó un perro que se le cruzó entre sus piernas. Fue así que mi papá dejó de ir, los domingos a la mañana, a los combates de riña de gallos y, desde entonces, lo obligaron acompañarnos a la misa. Le cagaron el “Soberbio”. Y esa fue mi mayor venganza!