miércoles, 20 de junio de 2018

El Curandero

por Juan Carlos Alarcón


Hay muchas libélulas danzando va a llover, dijo pasándome un mate amargo. La primera vez que lo vi fue en un asado de gente conocida. Era un asado sin cuero porque era carne de supermercado. 

El Lucho era más conocido por su sobrenombre que por su verdadero nombre. El Lucho de la Liliana aclararían los lugareños para poder identificarlo mejor. Si eso no bastaba se explicaba: el hijo del Guchi, el hermano de la Laura. En los pueblos cuando se referían a alguien se debía identificar bien al sujeto correspondiente, no era cuestión de equivocarse.

El Lucho era hombre de campo, sonrisa tímida y ojos vivarachos, hablaba poco y escuchaba atentamente todo como si tuviera sed de conocimientos. Pero el modernismo también había golpeado al pueblo rural; en vez de andar a caballo andaba en moto y en lugar de facón en la cintura él sabía desenfundar su celular.

En los pueblos no es como en las grandes ciudades donde se contemplan las dicotomías de los rumores y era suficiente con decir el Lucho, que era lo mismo que decir Pepe o Pancho porque a nadie les interesaban quien podía ser, lo más importante era el rumor en sí mismo y que después se lo podrían encajar a cualquier otro con aire de veracidad: “No lo conozco, pero el marido de mi hermana trabaja con otro que juega al fútbol con él y vio curarle una rodilla sin tocarlo”. En las grandes ciudades los sujetos son anónimos con lo cual a un rumor se lo pueden encajar a cualquier otro según el imaginario de cada uno.

Lucho era curandero y podía diferenciar las hojas de cualquier planta o yuyos mejor que un profesor de botánica.

Un día pasaron a tomar mates con la Liliana, porque no se sabía quién era la sombra de quien; donde estaba el Lucho estaba la Liliana y donde andaba la Liliana estaba el Lucho. En París lo clasificarían: pareja  fusional. Fue entonces que para empezar la charla le comenté que la hortensia que teníamos en casa era una planta delicada, si no la regábamos todos los días se entristecía rápidamente. El Lucho que poseía la experiencia del campo, la miró de reojo y comentó: si le pones un pedazo de virulana herrumbrada junto a la raíz dará flores de varios colores. Buena idea -respondí- lo voy hacer. Pero rápidamente agregó: tendrías que sacarla y llevarla fuera de la casa; dicen que donde hay hortensias las chicas no se casan nunca, y observó hacia dónde jugaba la nena con una amiguita. Mi sobrina, la mamá de la nena, sin decir nada se levantó y fue a buscar una pala: “por las dudas”.

En Argentina, desde muy pequeños, todos toman mates; pero solamente bastaba que hubiera una mujer en un grupo para que fuera ella quien se ocupara de cebarlos. Eso me hizo pensar a menudo que el mate era trabajo de mujeres, así como el asado la tarea de los hombres.

Yo me atoré de la risa con el mate que me venían de ofrecer Liliana. Los dichos populares me intrigaban aun cuando me causaban gracia. Siempre expliqué que era provinciano hasta la médula, cosa que hacía sonreír en Francia a mis médicos cuando me interrogan que había tomado para los dolores de estómago y yo les respondía: nada, me curaban el empacho con una cinta métrica y para la otitis con un cucurucho de papel y humo de cigarrillo. Claro los médicos de París eran más pragmáticos y me enviaron hacerme un examen de sangre y que me hurgaran las orejas hasta la garganta. Mi médico de cabecera era muy desconfiado, él ya había estado en Argentina un par de veces y miraba los resultados desde todos los ángulos. Después se rascó la cabeza y dijo: Carajo, habrá que pensar que ese pueblo de tu país te hace bien, porque cada que volvés de allá, venís mejor de salud que cuando te vas y eso que le sacudís a las tortas de grasa, al dulce de leche y a los chinchulines todo el tiempo.



martes, 12 de junio de 2018

El consejo de un abogado


Por Juan Carlos Alarcón

Esta mañana estuve en París, en el bar donde voy a menudo, justo al lado de la  plaza Saint Michel. Allí suelo encontrarme con gente amiga, pero hoy no tenía cita con nadie. Estuve casi una hora mirando hacia afuera; luego fui hasta un restaurante  argentino para comprar dulce de batata y dulce de leche, pero estaba cerrado. Entonces me acordé de Axel que me había invitado a tomar mates cuando fuera a París.

Axel es el nieto de Beatriz, mi traductora oficial, que usufructúa su casa cuando la abuela está de viaje. Axel me miró extrañado. Como sé que a él le gusta fantasear mucho y, antes que crea que me había dejado plantado alguna mujer, le expliqué rápido que había ido a comprar dulce de leche y el negocio estaba cerrado. El me preguntó si era muy importante comer dulce de leche como para poner cara triste. Le respondí que sí, que no quería esperar más ir hasta Argentina y ahora debería hacerme los postres yo solo, pero eso me traía problemas. El nieto de Beatriz es muy curioso y, como es abogado, quiso conocer algunos detalles.
Le conté que hay un pueblo en Santa Fe donde iba a respirar oxigeno puro. Le dije que ahora en Argentina se vive un neo-liberalismo muy peligroso y soñar en un mundo materialista era una actitud revolucionaria y que, desde chiquito, lo mejor que aprendí fue a soñar ¿Cómo no iba a soñar con las mujeres de Santa Rosa de Calchines?... Le comenté que eso era muy notorio y cuando me sentaba en la plaza del pueblo, hasta el jefe de la comuna se tentaba de la risa al verme observar oscilante entre las piernas y los senos de las mujeres. Cada una que pasaba yo murmuraba: Wuauu!... Ouiii!... Magnifique!... 
Axel me escuchó atentamente, luego respondió que el problema no era el dulce de leche, era simplemente que yo no sabía cerrar la boca. Me explicó también que los ojos estaban para ver, los oídos para escuchar y la boca... bueno, la boca estaba para mantenerla cerrada cuando hay muchas mujeres juntas. Axel que es originario de Bariloche, de eso conoce; al punto de que ceba mates amargos y muy calientes porque le recuerda a las chicas de su pueblo.
Decidí regresar a casa. El abogado tenía razón, mi problema es no saber cerrar la boca.
Por eso no quise entrar a mi departamento y me senté en la escalera, al lado de la puerta. Vivo en un 1° piso y una vecina me preguntó si había perdido de nuevo las llaves. Le saqué la lengua, nunca he perdido las llaves: las olvido y, generalmente, las olvido al interior de mi casa. Claro que eso ya lo solucioné. A cada vecino le dejé una llave, de esa manera siempre hay alguno que puede devolvérmela para entrar.
El vecino del piso de arriba me vio sentado y, a la quinta vez que pasó, decidió sentarse a mi lado. Es un hombre de casi 90 años y debe extrañar mucho su antiguo trabajo como asistente social, porque siempre se anda interesando por mi vida y se dio cuenta enseguida, que yo podría tener problemas con alguna mujer.


El ya me había prevenido en otra oportunidad, que en un ramo de rosas es difícil elegir sólo una. No hace mucho me había presentado a su nieta que quiere dedicarse al teatro. Entonces me expresó que ella no vivía tan lejos, solamente dos pisos mas arriba. Estuve por responderle algo, pero no pude hablar porque me había colado una cinta scocht en la boca; fue el consejo que me había dado sonriendo Axel cuando tomábamos mates.
Mi vecino no estaba acostumbrado a mi silencio y me arrancó la cinta scocht de la boca, con tanta fuerza que me hizo pegar un grito de dolor. Ese grito llamó la atención a otra vecina que salió para ver lo que estaba sucediendo y, cuando vio al  viejo con la cinta en la mano y a mí saltando de dolor, se limitó a preguntarnos : ¿por qué no se depilan como todas las mujeres al interior, en la sala de baño, y dejan de dar ese espectáculo a los chicos? Luego cerró la puerta de su departamento con rabia.
Yo terminé por contarle mi historia al abuelo y el consejo que me había dado el abogado argentino. Entonces se puso a meditar y luego me hizo señas que esperara un poco y subió hasta su casa.
Aparte del azúcar y de algunas mermeladas, que él mismo prepara, y que me da a cambio de cursos teatrales para su nieta, supo darme ya otros consejos que se averaron oportunos. Cuando volvió tenía una sonrisa en los labios y dijo: “el abogado tiene razón, la solución es ésta”  Me coló otra cinta scocht, marrón, de 10 cm de ancho, que se utilizan para cerrar los cartones, mientras murmuraba: “de esta manera usted podrá entrar tranquilo a su casa sin abrir la boca para decir lo que no tiene que decir a ninguna mujer. Se que a usted le agrada bastante usar su celular y siempre pensé que el WhatsApp es un arma peligrosa.
Yo se que el amor es eterno en la cabeza y efímero en la realidad. Se también que el amor es como la lotería dónde todos quieren ganar. Claro, soy imperfecto de nacimiento. Ya cuando iba a la escuela primaria le había declarado mi amor a la maestra. Ella no tenia mucho humor y llamó a mi padre. Pero como mi padre era sabio me dio un consejo que suelo olvidar: “¡Cuidado hijo, si sigues así, algún día una mujer será tu perdición!”

domingo, 28 de enero de 2018

Hora de silencio

Por Juan Carlos Alarcón


Amaneció con lluvia; pero eso no era raro, todos los días amanecía lloviendo o con una garua que mordía los huesos, aunque por las tardes, a veces el sol despeinaba los arboles con temperaturas elevadas como recordando que no era otoño sino primavera. Era primavera y aquel año se había caracterizado por el tiempo otoñal.
Ella se paró a su lado, debajo de la galería, donde él bebía una cerveza acompañada con trozos de salame seco y queso de la estación, y dijo:
- ¿Viste que las flores no tienen el mismo color este año? Todo es pálido.
Entonces él observó el patio, luego el jardín.

Ella volvió hablar:
- Este año no hay estaciones, todo está cambiando y, por lo que escuche en la radio, el hombre no sería extraño a estos cambios climáticos.
Tal vez ella tenía razón, pero terminó de armar su cigarrillo y se fue para la punta opuesta de la galería. Ella ya estaba hablando demasiado. No importa si tuviera razón con sus comentarios. A la mañana no le gustaba que nadie le hablara, y bien podía guardar sus comentarios para la hora de la comida o para la tarde cuando él volvía a sentarse bajo la galería. La mañana era la hora de su intimidad, de sus pensamientos secretos.