Por Juan Carlos Alarcón
Amaneció con lluvia; pero eso no era raro, todos los días
amanecía lloviendo o con una garua que mordía los huesos, aunque por las
tardes, a veces el sol despeinaba los arboles con temperaturas elevadas como
recordando que no era otoño sino primavera. Era primavera y aquel año se había
caracterizado por el tiempo otoñal.
Ella se paró a su lado, debajo de la galería, donde él
bebía una cerveza acompañada con trozos de salame seco y queso de la estación,
y dijo:
- ¿Viste que las flores no tienen el mismo color este
año? Todo es pálido.
Entonces él observó el patio, luego el jardín.
Ella volvió hablar:
- Este año no hay estaciones, todo está cambiando y, por
lo que escuche en la radio, el hombre no sería extraño a estos cambios
climáticos.
Tal vez ella tenía razón, pero terminó de armar su
cigarrillo y se fue para la punta opuesta de la galería. Ella ya estaba
hablando demasiado. No importa si tuviera razón con sus comentarios. A la
mañana no le gustaba que nadie le hablara, y bien podía guardar sus comentarios
para la hora de la comida o para la tarde cuando él volvía a sentarse bajo la
galería. La mañana era la hora de su intimidad, de sus pensamientos secretos.
Me gustó el relato. Muchos tienen horarios de introspección,pero hay que conocer mucho a la persona para no violar impensadamente eso que yo llamo "espacio propio", cuando uno se abstrae del entorno en un viaje al interior de si mismo.
ResponderEliminarGracias Clementina por haber pasado por aqui. Efectivamente hay un espacio intimo que uno necesita para elaborar o trabajar lo que uno escribe despues.
EliminarMuy buen relato, suele pasar que hay personas( me incluyo) que en ciertos momentos necesitan silencios, para disfrutar de su momento de intimidad, me suele pasar, es decir disfrutar de la soledad, cariños Juan, como siempre hermosos textos :)
ResponderEliminarHola Romi, justamente en estos dias atras pensaba en vos que has desaparecido. Gracias por leer mi blog
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