por Juan Carlos Alarcon
Dicen que París es una ciudad que se descubre a
dos y es mejor cuando se lo hace de la mano o entrelazando el brazo en la
cintura, caminando despacio para no entrecruzarse solamente con la gente sino para
compartir entre todos el asombro que nos produce a cada instante.
En París el sol es un artículo de lujo y es por
eso hay que expropiárselo de fuerza. Hay que darse el tiempo de descubrir la
ciudad como si fuera la primera vez, con la capacidad del asombro sobre cada
rincones. Yo iba pensando esto en el subterráneo; entonces, decidí descender en
la estación frente a la plazoleta Saint Michel para admirar la escultura de
Miguel Angel sobre la fuente de aguas cristalinas que indica la entrada al
barrio latino.
Yo se que si monto por el bulevar Saint Michel
hasta al final del barrio latino, mordiendo con el barrio de Saint Germain de
Prés, me encuentro con Los Jardines de Luxembourg donde las rosas rojas son más
rojas, donde los arboles centenarios son más centenarios, donde los rayos de
sol son más dorados, donde los senderos sinuosos son más sinuosos y donde
centenas de sillas metálicas se dispersan entre los árboles.
Los jardines de Luxembourg en verano es el
lugar preferido de los enamorados, de los solitarios lectores de novelas y de
todos los que desean gastar el tiempo reposándose de los trajinares cotidianos.
Pensé que valía la pena pegar un salto hasta
allí, y fui caminando, redescubriéndolo a cada paso, sintiendo los recuerdos
que esa zona me provocaba. Desde hace más de un año, ese es un territorio no
aconsejado para mí.
Crucé el bulevar Saint Germain y luego la calle
Ecole de Médecine y de pronto me encontré de golpe con la Plaza de La Sorbona.
Allí me detuve un instante. Al fondo de la plazoleta, la Universidad de La
Sorbona se yergue majestuosa con su historia ilustre de cultura, de personajes
insólitos y de sus movimientos sociales producidos por sus estudiantes. El
Bulevar Saint Michel a esa altura es un enjambre de juventud y de informalismo.
Los estudiantes han recreado un mundo propio sin acondicionamientos sociales ni
tabúes. Ellos se sientan en el piso, sobre los canteros y sobre cualquier
espacio libre donde pueda entrar un rayo de sol, allí están con sus libros y
sus botellas de agua mineral desafiando el calor del verano sin temor a
desvestirse, mostrando su cuerpo para aprovechar las caricias del sol, tampoco
les importan las miradas de los turistas ni de los adultos que cruzan curiosos.
Los adultos buscamos los bullicios de los bares rodeando la plaza para observar
de reojo esas estudiantes que, como diosas paganas, se enfrascan en sus
lecturas o discusiones teóricas del mundo y de la vida.
Allí un día, yo también me enamoré de una
estudiante. Pero me abandonó más tarde porque yo tenia 25 años más que ella.
Viendo esas estudiantes los recuerdos golpearon y sentí un gusto amargo bajo el
paladar porque eso fue una herida que tarda cicatrizar. Entonces, para
consolarme, me dije: ¡Nací amante no héroe!...Eso me tenía que suceder por enamorarme
de una joven, cuando las jóvenes toman todo a la tremenda y ni siquiera son
capaces de hacer concesiones. Ellas saben que en la esquina siguiente las
espera otro hombre que puede ser también otro amor. Lo verifiqué recientemente
con otra joven, que además era chúcara. En cambio el amor a los 55 años es
cerebral y con menos oportunidades, tiene color a soledad y a letras negras de
Internet.
Unos metros más arriba de La Sorbona comienza
el parque más grande de París. Los jardines de Luxembourg están cercados con
rejas y arbustos como para que las miradas exteriores no perturben la
tranquilidad del interior. En el centro hay una fuente circular central y una
terraza en dos arcos rodeándola, habitadas por esculturas de todas las reinas y
príncipes de Francia. Todos los senderos sinuosos de entrada convergen hacia
esa fuente entre arboles centenarios, espacios verdes y floridos. Los jardines
de Luxembourg es el reino de las sillas y el lugar privilegiado de los
enamorados.
Sin embargo, no se puede visitar ese sitio sin
tener en cuenta, que son los jardines del Palacio de Luxembourg, construido por
el arquitecto Salomon de Brosse en 1615 a pedido de la reina de Médecis. Tal
vez era romántica, no lo sé; pero sí sé que era una enamorada por el gusto florentino.
En el Palacio de Luxembourg, hoy funciona el Senado con su historia a cuesta,
porque en París la historia se construyó siempre con sangre. Durante la
revolución francesa el Palacio de Luxembourg fue transformado en prisión donde
encarcelaron unas 800 personas y un tercio de ellas fueron guillotinadas junto
a los jardines. Los franceses siempre gustaron cortarle la cabeza a los
opositores y la profesión de verdugo se transmitía de padre a hijos, de
generación en generación. Al principio la cortaban con hacha hasta que llegó el
modernismo y Guillotin inventó su maquina que bautizarían con su propio nombre:
guillotina. Yo hubiera querido utilizar la guillotina contra todos los jóvenes
del mundo. Siempre fue un adolescente el que me arruinara los amores.
En el 1944 los alemanes instalaron el centro de
comando de las fuerzas de ocupación de la Luftwaffe y las víctimas también se
contaron por centenas y centenas. Cada que hay fiesta el Senado prende todas
sus luces iluminando los jardines, porque el Senado está a cargo de la
administración y del mantenimiento de esos jardines que le pertenecen. Las
rosas rojas son más rojas que en cualquier otro lugar de París, y la chúcara no
lo pudo conocer porque también tuvo su otro novio que la desvió de su camino.
Hace un par de semanas, sentado en las sillas
metálicas junto a la fuente circular, charlando con un senador sobre la
Argentina, él me decía que el problema nuestro es que nosotros hacemos la
historia de los problemas, pero no los asumimos, que nosotros tenemos un
presidente que nos devolvió un nivel de credibilidad a la política. Yo le
corregí explicándole que es la política que se reconcilio más con la gente,
pero que los partidos políticos no la recuperaron totalmente. Entonces él miró
para los costados, deteniendo su mirada sobre las parejas que se paseaban
entres los jardines, después observó la fuente de Médecis casi escondida en un
rincón entre planta exóticas, y murmuró: En Argentina se habla mucho de
criticas, pero tienen procesados 3000 personas entre militares, militantes
sindicales, políticos y sociales, eso hay que tenerlo en cuenta. No todos los
gobiernos son capaces de llevar adelante situaciones así. Luego se levantó y se
fue hacia el palacio sin decir más nada, porque su secretaria venía de buscarlo
ya que había nobles europeos que lo estaban esperando.
Lo que yo aprendí de joven era que la vida
podía sorprendernos siempre de mil formas diferente. A lo mejor el senador
francés tenía razón en su comentario de la semana anterior, pero yo tenía en estos
momentos otros intereses, por eso cuando vi una estudiante que leía
enfrascadamente un libro de Borges, me dije que toda historia de amor nos
fragiliza, nos pone en peligro, pero que vale la pena arriesgar. Entonces, con
un cigarrillo en la mano y la mejor de mis sonrisas dominicales, me acerqué
para pedirle fuego porque la estudiante tenia unos ojos color cielo que
adornaban las flores que la rodeaban. Ella era joven, casi una adolescente y si
bien para uno, a los 55 años, el amor es una relación prudente, yo estaba en
los jardines de Luxembourg y me acordaba que el general De Gaulle había dicho
una vez: “imposible, no es una palabra francesa”.
Hola JUan, hermosa descripción de como caminar por París, te aseguro que viajé con mi imaginación con tu relato, gracias por compartirlo y vaya que la vida nos pude sorprender en algún momento, porque todo es posible ....si uno se lo propone
ResponderEliminarCariños
Ayer haciendo este mismo camino con la nieta de la poeta Clementina Rossini pense en este mismo escrito y hasta le mostre el bar en la plaza de La Sorbona donde supe encontrarme algunas veces con Cortazar para hablar de Argentina. Pienso que el dia que vos lo camines tb pensaras en este texto.
ResponderEliminarun abrazo Romi
Muy bello y descriptivo tu texto Juan Carlos. Recuerdo que en los albores de un verano parisino paseamos por esos lugares que hoy me recuerdan las fotos de mi nieta y su amiga. Días felices de charlas interminables,como decimos acá "hasta que las velas no ardan" , donde afloraban la amistad, la literatura, los ,paisajes, la historia que retroalimentábamos con imágenes subjetivas. Sería deseable que Mercedes haya experimentado sensaciones parecidas a las que disfruté contigo como guía.Un abrazo Juan Carlos.
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