Por Juan Carlos Alarcon
Un
personaje como el de Engren, en "Memoria de la Isla" de Patricia
Rennella, propone fenómenos de identificación difícil de evitar para el lector
que no es crítico ni intelectual de antiguos claustros académicos; y,
sobretodo, si ese lector soy yo, artesano de mis sueños y de mis propios
fantasmas.
Digo
esto, porque el encuentro con Engren me trasladó a otro universo, a otro mundo,
a otra historia que ya creía olvidada y que parece renacer como el ave fénix de
entre sus cenizas, las mismas cenizas que el tiempo economizó en dispersar y
que hoy se revuelven en mi estómago dejando un gusto fétido.
A
este relato, únicamente por haber despertado mis recuerdos, se lo debiera
dedicar a la bella Patricia, ya que fue leyendo su libro que golpeó mi memoria
un hecho acaecido hace muchos años, en el ocaso de la década del treinta. Claro
que, por entonces, el personaje no se llamaba Engren sino Cecilia y tampoco
jugaba en la anfibología constructiva de una memoria. Cecilia era maestra
rural, ni cualquier otra cosa que se le pareciese a pesar de sus 22 años y sin
arrugas en la cara, como las que tenía Engren según el libro de Patricia
Rennella. Cecilia había perdido contacto con su historia y era chiflada.
Por
aquella época, yo venía de salir de la adolescencia y las mujeres me parecían
"complicadas" en el íntegro síndrome gramatical de la palabra. Imagen
falsa que mudé más tarde, cuando las mujeres dejaron de ser complicadas para
transformarse en "chifladas", no sólo para mí sino también para muchos
de mis amigos y, todo eso, por la simple imposibilidad de comprenderlas.
Cecilia fue parte de ese periodo de mi vida dónde con mis veinte o veintiún
años, más la soberbia de creerme propietario del mundo, yo encontraba que las
únicas reglas válidas eran las mías.
Después
cuando adulto, debo reconocer, estuve obligado a volver a cambiar de concepto
sobre las mujeres para evitar que me colaran en la espalda el adjetivo de
machista. Esa autocensura finalizó por hacerme olvidar los hechos funestos de
mi juventud y guardé exclusivamente las anécdotas que más me convenían y así
fui recorriendo mi destino.
Todo
estaba en ese orden hasta que apareció Engren y removió mi jardín secreto,
aparentemente no tan olvidado, para destapar la historia de Cecilia, y motivo
por el cual no puedo dedicar este relato a la bella Patricia aún cuando yo lo
desease. Por culpa suya, hoy corro el riesgo de que me cataloguen viejo
machista, arcaico y verde.
A
Cecilia la conocí un sábado, después de salir de la Confitería del Plata,
cuando retornaba a la casa de mis padres donde yo vivía. Ese camino, lo desande
a pie porque desconfiaba de la eficacia del tranvía y de paso me ahorraba el
valor del pasaje. Recuerdo que iba silbando, las manos en los bolsillos, cuando
a la altura de la calle Roma me topé con mis amigos cotidianos, esa barra
irigoyenista que tanto nos producía pasiones controvertidas y me invitaron ir a
visitar a doña Catalina cuya sobrina venía de arribar a nuestra provincia por
cuestión de salud. Esa chica era amnésica y mis amigos se divertían haciéndole
creer que todos eran sus primos.
En
un principio, no quería ir porque la madre de Antonio vivía al lado de don
Sótero, comisario de la 8ª y fanático demócrata conservador que, cuando nos
encontraba, intentaba adoctrinarnos con sus ideas políticas y terminábamos en
grandes discusiones estériles que me dejaban dolores de cabeza por varios días.
Sin embargo, ese sábado, concluí por conocer a Cecilia-Engren y cuando la vi
sentí que el mundo caía a mis pies. Cecilia se asemejaba a una compañera de mi
escuela primaria "como dos gotas de agua", diría Engren, y a la cual
yo había amado desesperadamente en silencio durante toda mi niñez y gran parte
de la adolescencia. Pero, en ningún momento dudé sobre si una era la otra o si
la otra era la una, ni tampoco llegué a confundir sus gratos recuerdos, aún
cuando yo también había construido el amor a partir de la ausencia. Es decir,
para mí, las cosas estaban bien claras y Cecy no era, ni tenía nada que ver con
ese amor de mis doce años.
Cecilia
era hermosa, rasgos sureños y cabellos largos ondulados, y dejaba traslucir una
visible ingenuidad como para burlarse tranquilamente y poder hacerle creer
cualquier cosa, ya fuera por su ignorancia campesina o por el mismo hecho de su
amnesia, donde debía encontrar o inventar su propia historia. La pobre Cecilia
tenía que recrear nuevamente todas las situaciones o acontecimientos de una
mujer joven. Ella me contempló inocentemente mientras me tendía su mano y
preguntaba.
-
¿Vos también sos mi primo?
-
No, no soy tu primo -respondí turbado por el parecido que portaba con ese
antiguo amor infantil, aquella niña amada en secreto.
Si
alguna vez pensé que no quise entrar en la broma de "los primos"
porque me producía pena su enfermedad, descarté esa idea de inmediato, ya que,
al día siguiente, me hallaba de nuevo en esa casa, sabiendo que Antonio estaba
ausente. Todos los domingos de mañana, él continuaba yendo al Colegio Robles
para jugar al fútbol después de la misa.
Cecy
me recibió en el patio, me contempló sin recordar el día anterior y, como si
fuera la primera vez que nos veíamos, con una sonrisa cándida volvió a
interrogar.
-
¿Sos mi primo?
-
¡No, no soy tu primo. Yo soy tu novio...! -dije divertido con la nueva
situación que venía de imponer. Pero Cecilia no se inmutó y su sonrisa tampoco
se borró de sus labios.
-
¿Y qué es ser novio? -inquirió curiosa mientras algún brillo desconocido se
iluminaba en sus ojos o, al menos, así me dio la impresión.
No
sé si fui capaz de responder enseguida; reconozco que no me atendía una salida
de esa índole, ni me sentía muy seguro por la imagen que venía de fabricar. Me
dije, que tal vez fue por la idea de ser el más original del grupo o, tal vez,
porque la nueva situación podía darme la oportunidad aguardada desde niño para
confesar un amor vivido sin jamás ser dicho a persona.
-
¿Qué es ser novio? -volvió a preguntar Cecilia dispuesta a no abandonar ese
nuevo sentimiento ignorado por ella.
-
¡Y... novios son dos seres que se quieren, que se aman, como te amé todo ese
tiempo que estabas ausente! -acoté embarazado por una explicación de tal
naturaleza.
No
sabía cómo podía tomarlo ni hasta dónde llegaba su amnesia, pero sí notaba que
mis pensamientos se volvían sicalípticos delante de la posibilidad que podía
desprenderse de ese acto inaudito. Sin embargo, tuve miedo de continuar, la
pobre Cecy, que debía fabricar sus imágenes a cada palabra no había comprendido
nada y expresó más estúpida que nunca.
-
¡Ah, cómo si fuésemos primos...!
Si,
más o menos -me limité a contestar y partí apresurado, tratando de evitar a
doña Catalina por la broma nada inocente que venía de hacer a su sobrina.
Varios
días más tarde, las imágenes Cecilia/Engren, Engren/Cecilia, continuaban a
mezclarse. El amor volvió a resurgir con ímpetu y por momentos podía ser
auténtico, por momentos mentiroso. Yo estaba seguro que no era la niña de mis
sueños y a pesar de ello las imágenes se confundían entre sí. Mis
reminiscencias eran difusas, se proyectaban en el tiempo sosteniéndose únicamente
en una vieja fotografía de escuela que conservaba como una reliquia preciosa,
pero que iba perdiendo nitidez, volviéndose amarilla y resquebrajándose con el
pasaje de los años.
Yo
soñé con Cecilia, con sus ojos castaños y su sonrisa incauta, con su ternura
inocente y sus caricias desconocidas, pero no me atrevía a ir a la casa de
Antonio, todos estaban al corriente de esa conversación y me avergonzaba
sentirme descubierto. Recuerdo que algunos de mis amigos ya habían empezado a
hacerme bromas con respecto al "noviazgo" y, debo reconocer, Cecy
había despertado mis fantasmas juveniles y los placeres de mis primeros
secretos onanimistas. En ese momento, ella era una realidad concreta, tangible,
palpable y aquello que nunca había sucedido, comenzaba a bullir en mi interior,
volvíase factible ante su amnesia porque ella encontraba todo natural sin
experimentar esos conflictos morales que ignoraba. ¿Acaso no era el sueño de
nosotros, los jóvenes, ansiosos por vivir experiencias, poder hallar una mujer
hermosa, sumisa e ingenua?
Esa
semana la transcurrí preparándome para el instante que se produciría nuestro
encuentro, nuestro choque emocional entre la razón y la ignorancia, entre la
especulación y la ingenuidad, y llegué a modificar hasta la alimentación para
estar a la altura de los acontecimientos tomando desayunos con frutas exóticas,
leche de coco y nueces brasileñas. No había duda que estaba excitado delante de
ese primer amor iconoclasta y pérfido.
Una
tarde, mi madre entró al cuarto donde yo me atrincheraba reviviendo las
situaciones que aún no se habían producido y -me informó- que mis amigos se
hallaban esperándome en la sala comedor y así fue que me vi atrapado, sin
alternativas, y tuve que enfrentarlos de una vez por toda.
Cuando
descendí, todos estaban instalados, cómodos, alrededor de la mesa charlando
animadamente. Mi padre descorchaba una botella de vino blanco para brindar y en
el mismo momento que entré, mi madre me tomó del brazo jerarquizando mi
presencia con su orgullo de buena estirpe.
-
Te lo tenías bien callado -comentó en vos baja. Luego acotó- Es bonita y de
familia seria.
-
¿Quién...? –pregunté.
-
¡Tu novia! -replicó Antonio que también había escuchado.
No
sé si pude saludar correctamente, como correspondía a una persona educada,
porque veía en los rostros de mis amigos sonrisas burlonas. Cecilia se acercó y
besó cálidamente una de mis mejillas, con esa timidez que la hacía más
atractiva y sentí, por primera vez, la ternura de sus labios sobre mi piel. Era
un saludo que le habían explicado Antonio y "los primos", pero ese
cuadro familiar me resultaba bastante trágico-cómico. La broma la estaban
extendiendo a mis padres y eso me producía un sabor amargo. Sin embargo ¿cómo
decirles que había sido yo quien comenzó ese juego para aprovechar de la
inocuidad de una enferma? La explosión que desencadenaría mi padre podía quedar
marcada en los anales de mi vida. No, lo mejor era continuar esa situación y
traté de prepararme psicológicamente para ello. De todas maneras, el acto de
poder corroborar que una mujer estaba interesada en mí parecía alegrar
excesivamente a mi padre y no lo ocultaba. Y yo lo comprendía... El pobre
comenzaba a inquietarse de mi soltería y como no me conocía ninguna novia,
situación anormal a mi edad, sus dudas sobre mi condición viril se despertaban
lentamente. Por eso, cuando le presentaron a mi "novia", él descubría
soslayado que yo era un hombre íntegro y sus preocupaciones se disipaban para
siempre; su euforia era lógica y poco a poco me fui adaptando a la comedia que,
en definitiva, también me beneficiaba y concluí por tomar la mano de mi
adorable prometida.
Más
tarde, doña Catalina también pareció aceptar con buenos ojos nuestra relación
y, así fue, que en una semana, Cecy y yo, terminamos siendo novios oficiales.
A
ella la curaban en el hospital San Roque donde debía presentarse regularmente
todas las semanas y yo empecé a acompañarla, cosa que doña Catalina agradeció
de corazón porque le evitaba desplazarse. A menudo, de regreso, solíamos
detenernos en el Parque Las Heras donde nos quedábamos conversando algunas
horas aún cuando, en realidad, era yo que hablaba. Cecilia se limitaba a oír en
silencio mientras le contaba mis proyectos, mis sueños y mis frustraciones. En
resumen, yo abría mi vida delante de ella y, por primera vez, podía confiarme a
otra persona sin tener recelos y bastante tranquilidad, sabiendo que al día
siguiente ella olvidaría todo.
Una
tarde, regresando del hospital, como tantas otras veces, nos detuvimos en ese
parque rodeado por rejas que servía para ocultar nuestra intimidad. Entonces
Cecy demandó tímida y con curiosidad.
-
¿Cuál es la diferencia entre el amor de primos y el amor de novios?
Puede
ser que había demasiado inocencia en sus palabras o un dejo de temor que se
podía adivinar también en ella, pero la frase sonó con ternura, con un cariño
que podía existir sólo en mis sueños y fue suficiente para despertar mis ansias
contenidas. Por algún lado, el cielo se vistió con dorados de fuego y mis manos
se poblaron de caricias. Todo el amor que tenía intacto, por aquella compañera
de colegio, flotó en el aire con el ímpetu de un sentimiento prisionero que se
liberaba de golpe. Pienso que Cecilia tenía los senos vírgenes, porque cuando
mis manos los buscaron tembló íntegra y de esa manera ella comenzó a aprender
el abecedario de un amor primitivo, fabricado con mordiscos y delicadeza. Su
amnesia era tan grande que debí inventar el deseo palmo a palmo, yo tuve que
explicarle todo y, al final, apoyó su cabeza sobre mi hombro y así nos quedamos
una eternidad o, apenas, hasta que tuvimos temor de la hora y emprendimos el
regreso.
El
regreso lo hicimos en silencio, como si las palabras hubieran perdido su
significado. Ella caminó acurrucada bajo uno de mis brazos y fue entonces que
tomé conciencia del amor, de ese amor nuestro, secreto y discreto, y que, en
cada oportunidad que tenía, yo aprovechaba para darle nuevas lecciones. Muchas
veces ella parecía olvidarlo rápidamente y debíamos recomenzar todo desde un
principio; otras veces, nos limitábamos a estar en silencio. No sé cuánto la
amé, porque el hecho se volvió una obsesión con los meses. La sensación de una
conciencia ciega tomó cuerpo dentro mío, yo me estaba aprovechando
miserablemente de su situación, de su ingenuidad amnésica y de la docilidad que
exteriorizaba por aprender a conocerse. Hasta creo haber llorado y -me dije-
que debía hablar con Antonio para explicárselo, al fin y al cabo, él había sido
quien empujara nuestro noviazgo, pero Antonio estaba convencido de la
honestidad de mis actos y creía en esa vía para ayudar la salud mental de su
prima. No había duda que contaba con mi responsabilidad de amigo y la amistad
era un sentimiento inviolable, sagrado, sellado por un juramento tácito. El
ignoraba la vileza de mi comportamiento y seguramente, como era lógico, nuestra
amistad se rompería. Acaso fue por eso, pero no sé exactamente por qué lo hice,
lo cierto es que decidí expicárselo directamente a Cecilia, aún cuando no
pudiera comprender el significado de las palabras ni los hechos vividos.
-
Es difícil decirlo pero el amor, de tanto en tanto, es como un día de sol que
finaliza bajo un cielo de lluvias...
Si
Cecilia presintió la seriedad de los acontecimientos, nunca lo supe. Ella me
miró absorta y fue a decir algo, no obstante continuó en silencio. Sus ojos se
volvieron grises, tristes y el tiempo se tornó denso, poblado de preguntas sin
respuestas. ¿Cómo explicarle que nuestro amor llegaba a su fin? ¿Cómo
confesarle, que todo fue una mentira sin maldad hasta el instante que me enamoré
verdaderamente de ella? ¿Cómo decirle que nuestro amor fue el perfume de su
cuerpo impregnando mis manos? y no quise mirarla por vergüenza, ella no
comprendía lo que sucedía, o tal vez si; o tal vez comprendía y se negaba a
aceptar ese destino que yo procuraba imponerle una vez más ¿Cómo podía sentirse
un hombre que inventaba el amor según sus propias conveniencia? ¿Cómo podía
sentirse un hombre que toma conciencia que se estaba aprovechando de una
enferma mental? ¿Es qué al final del camino el amor podía purificar la
abyección de un comportamiento? ¡Tantos interrogantes sin respuestas! Entonces
tomé sus manos entre las mías, no sé si fue para transmitirle confianza en sí
misma o para compartir ese dolor que me carcomía íntegro. Y lloré... Lloré por la
decisión de poner fin a nuestro cariño, la amaba y no podía continuar
mintiendo. Cecilia se había transformado en mi primer amor de juventud y,
justamente, por ese amor que podía sentir, tenía que despedirme, finalizar
nuestra relación.
-
A partir de hoy no seremos más novios.
-
¿Por qué...?
-
No puedo continuar esta comedia
-
¿Has dejado de amarme?
-
¡No, todo lo contrario! Nunca quise tanto a una mujer como te quiero a vos...
-
¿ Entonces por qué...? -interrogó atándose a ese instante, adivinando que los
hechos se le escapaban también a ella.
¿Es
qué el primer amor se puede olvidar fácilmente? ¿Acaso no es un recuerdo
latente que explota espontáneo delante de eventos imprevistos? Todavía me duele
el dolor de aquella época. Cecilia no conocía la tristeza y sufría. Cecilia no
conocía heridas de sentimientos ni el tiempo que podía demorar en cicatrizar
una amargura y venía de descubrir todas esas sensaciones infaustas. Yo sentí la
presión de sus uñas sobre mis manos, y sentí un temblor indefinido, vago, por
la rabia que nacía en ella.
-
¡Pobre diablo! El dolor es parte del amor -dijo abandonándose a su destino.
-
Mi pobre Cecy ¿Qué sabes tu lo que es la angustia en el amor?
-
El amor no es propiedad únicamente tuyo, tarde o temprano todos pasamos por él.
En un principio, nuestro "noviazgo" me divirtió tanto como a vos,
pero sabía que un día tendría que terminar y me entretuve pensando ¿hasta dónde
llegarías con tu juego?
De
pronto volaron algunos pájaros en el cielo y sentí que sus manos quemaban las
mías y las retiré intempestivamente, Cecilia hablaba con voz calma, firme.
Descubrir
que la memoria podía renacer, revenir de golpe a su origen, como un bumerán, me
aterrorizó enteramente y me sentí descubierto en una actitud ilícita. La falta
de su remembranzas había sido la motivación de mis actos innobles y Cecy venía
de recuperarla.
-
La historia de los "primos" era más divertida y no por ello menos
peligrosa, tus amigos pretendían jugar como los chicos: a los médicos y a la
enferma, pretendían poner inyecciones en mis nalgas
-
¿Y cuándo recobraste la memoria? -demandé aún con la esperanza de que no
recordase mis confesiones ni los fantasmas que le narraba convencido de su
olvido posterior.
-
Nunca estuve amnésica.
-
...
-
La única manera que mis padres podían dejarme partir de casa era teniendo una
causa importante. La idea de la amnesia me vino cuando leí una nota en una
revista. Aquí exageré la enfermedad y me encontré con situaciones graciosas.
-
¿Y hasta cuándo pensabas continuar esa comedia? -pregunté ya totalmente
humillado.
-
Hasta que mis padres se acostumbraran a verme independiente.
-
¿Y nuestro amor?
-
¡Pobre infeliz!... ¿Acaso yo no era amnésica...?
¿Ingenua...? ¿Una simple campesina a merced de tu sadismo?.
Hola Juan Carlos, un relato muy especial e incluso cruel y que de hecho en más de una ocasión ha sido real, pero no la abandonó aun sin tener la memoria.
ResponderEliminarSí, yo también pienso que las mujeres son algo complicadas, prefiero el carácter de los hombres, son más sencillos de entender !jaja!
Bueno amigo, le dejo mi saludo.
Sor.Cecilia
No me agrada decir que hay cosas que son mas de un sexo que del otro, conozco mujeres que son extremamente admirables como asi hombres; pero cualquier hecho es bueno para escribir.
EliminarMuchas gracias por visitarme en el blog y leerlo.
Muy buen relato Juan, entiendo el enojo de Cecilia, se burlaban continuamente de ella, de alguna forma tenía que defenderse, porque jugaron con su inocencia y su supuesta enfernedad, eso demuestra que no hay que subestimar a las personas que se ven disminuida por alguna causa, ella tuvo un porque en actuar de esa manera, debia lograr un objectivo y terminó burlandosé de los que le hicieron daño,
ResponderEliminarCariños Juan, impecable como siempre,
Gracias por el comentario Romi; un abrazo
ResponderEliminarAcaso Cecilia sea la mujer que encarna la perfecta amante: la que no demanda, la imposibilitada de rencor o reproches porque simplemente olvida. Linda historia para desarrollarla en una novela. Me hizo acordar a "Eterno resplandor de una mente sin recuerdo" una "peli" fabulosa que proponía borrar los recuerdos dolorosos de la mente. Pero no tiene la vuelta de tuerca de este relato que en clave de humor postula al burlador burlado. Una figura presente en tu última novela. Coincidis?
ResponderEliminarGabriela Vidal
Gabriela, Ahh si uno pudiera olvidar facilmente las cosas dolorosas, porque aunque la memoria sea selectiva algun dia u otro remonta a la superficie. Uo creo que la que mas se divertia de todas esas situaciones fue la propia Cecilia.
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