2 más 2 = 3
Por Gabriela Andrea Vidal
La última novela que leí, la devoré. Quitándole un poco de tiempo a los
niños, dejándoles usar el scooter al salir de la escuela, quedándonos un poco
menos en el parque, haciendo un poco más rápido el baño antes de acostarse...
Pequeños trucos que me permitieron prender “la compu” para leer uno tras otro
los capítulos de Any Lorac lejos de sus manitos entrometidas y sus
inocentes preguntas. De alguna manera me sentía transgrediendo, yo también,
como la novela misma, algunos movimientos -mentales- rutinarios. Y, cuando me
preguntaban de que iba se me venía a la cabeza
la letra de un blues “si dos más dos diera tres/el mundo no sería
como es”.
Pensaba con qué palabra describir lo que propone Juan Carlos Alarcón en Any
Lorac. La palabra que mejor describe a la novela es, me animo a decir, transgresión.
Es, al mismo tiempo la característica del trasfondo histórico que sirve marco a
los acontecimientos narrados. La política misma, pienso, se conjuga
transgrediendo y avanzando sobre lo impuesto. Pablo, el protagonista es un
transgresor; la Agencia donde trabaja lo es en la medida que funciona como
pantalla de una organización humanitaria que en los ´90 sostiene la
contraofensiva a la derecha argentina en Francia; la mayoría de los personajes
femeninos lo son. En suma, la novela toma revancha sobre un el mundo burgués y
propone otra cosa, que no es mejor ni peor. Aunque no estoy tan segura...
Any Lorac punto com trata de un relato compuesto por capítulos cortos a cargo
de una voz que pertenece al protagonista pero desconocemos a quién se dirige.
Acaso es lo de menos ya que por momentos logra concentrarnos tanto en el caso
que tiene entre manos que depositamos toda nuestra confianza en él. No
descubrimos el misterio hasta que él nos lo aclara. Pero esta características propia de cualquier
policial está al servicio de mantener un enigma
que finalmente ni él puede explicar: a quién ama Any Locac? . Si en los
policiales negros el dinero es ley y, como quiere R. Piglia -el mejor crítico
literario contemporáneo de literatura argentina por lejos-, la manera de narrar
está ligado a un manejo de la realidad
materialista, aquí, en la novela de Alarcón, no es el dinero el que gobierna
sino los cuerpos. Hay, de algún modo, una tiranía de los cuerpos. En ese
sentido Any Lorac es el emblema de la mujer fiel solamamente a sus deseos. Otra
pregunta se abre: qué es mejor, la tiranía del cuerpo o la tiranía del dinero?.
A lo mejor el resultado es el mismo. Vaya uno a saber...
De todas las transgresiones que propone la novela, me juego por esta
última que es, sin lugar a dudas, la transgresión más elevada en el
relato. Any Lorac, según la perspectiva del narrador -que es ni más ni menos
que nuestro héroe-, es una latinoamericana seductora, fiel a sus instintos, a
su sexualidad que la impulsa a saciarla sin miramientos. Any Lorac es, además,
madura, sensual y estéril. Una combinación perfecta para el imaginario de
nuestro héroe que escapa y se ríe del modelo tradicional de felicidad burgués:
matrimonio, dos niños, un perro, etc.
Si los cornudos fueran unicornio.
Alguna vez se preguntaron que pasaría si dos más dos diera tres? Bueno,
esta novela seguramente les hará pensar en eso. No vuelen demasiado lejos, no
propongo matemática pura, sino pensar en cómo concebimos el amor. Seguramente
de a dos. Cuando la cosa es -generalmente- se complica.
Esa pregunta puede alcanzar horizontes más extensos si la traspolamos a
otros terrenos y podemos, por ejemplo, preguntarnos: estamos seguros de haber
sido amados cuando sabemos que aquel amor, después de alejarse de nosotros
siguió adelante conquistando otras historias y reescribiendo lo que creíamos
clausurado en nuestro recuerdo. Duro. Durísimo, como puede se constatar que
para quien recordamos como un gran amor
solo nos tiene reservado unas cuantas páginas de su álbum de recuerdos y no
precisamente las centrales.
Ahora bien, la cosa se pone más fulera si en vez de pensar en un
amor pensamos en un proyecto político del pasado al cual adscribimos, del cual
formamos parte no sólo por simpatía sino por ideología. Pero, supongamos que
pasa el tiempo y ya no podemos reivindicar aquello, no por falta de convicción
sino porque los actores y las fuerzas institucionales opuestas siguen ganando
la apuesta.
Me parece que ahí la novela gana. El protagonista, Pablo, la va de
seductor, de héroe solitario que por momentos roza más con el wester que con el
policial negro. Pero resulta, al final, ser una víctima de las mujeres que le
interesaron y de las que se convenció amar. Por momentos la novela propone
escenas eróticas, y es allí donde el héroe parece elevarse en las alturas.
Pero, no. Son los personajes femeninos los que realmente lo logran, cuerpos que
despiertan y arrebatan y sustraen el cuerpo de Pablo. Y, lejos de convertirse
en unicornio, Pablo se convierte en una figura con dos cuernos, como reza el
subtítulo de este apartado.
Por otro lado, la continua alusión expresa a la historia nacional no hace
más que remarcar la simpatía del personaje por la izquierda peronista, su
simpatía por los movimientos que enfrentaron a la derecha militarizada. Pero,
la visión de los setenta, a la luz de la madurez del personaje, deja traslucir desilusión.
Hay, sin embargo una contradicción que no hace más que humanizar al personaje y
hacerlo más querible. Un ex-militante que trata de defender sus ideales aún a
miles de kilómetros de distancia, que no cree en los valores burgueses pero
que, al mismo tiempo, no puede con la soledad y es más feliz cuando en el
horizonte se dibuja una familia de la que podría formar parte.
Todo eso cae en la nada, el final es tan trasgresor como el personaje. El
lector decide si hubo o no transformación en él. Al parecer todo indica que
nuestro cowvoy se aleja triste y solitario bajo un invierno con otro acento.
Si dos más dos diera tres, qué distinta sería la vida...
Para mí, J.C. Alarcón se mandó escribrir una novela de 130 y pico de
páginas con argumento policial solo para lograr que el diseño, una vez
terminado nos pueda aclarar cómo se cifran las relaciones amorosas.
En el caso de Any Lorac la pesquisa que lleva adelante Pablo
atraviesa no solo la historia nacional, la geografía centroeuropea y la
permanente sospecha sobre todos los y las que lo rodean. También, y, por sobre
todo, Pablo emprende una cacería donde el atrapado será él mismo. Pero
no su integridad física o moral. No se trata de eso. Me parece que nuestro
héroe se queda con las manos vacías por las traiciones que experimenta y por no
haberlas percibido antes. El interrogante es: en qué cambia no saber antes lo
que ahora se sabe. La respuesta parece ser: nada. No cambia nada. Me refiero a
la herida que produce tomar conciencia de que lo que creíamos genuino lo era
sólo para nosotros. La otra parte de la historia, es otra parte. No puede
coincidir con nuestra percepción. En ese punto la novela es una novela de la
desilusión, de la toma de dimensión sobre lo que ocurre cuando justamente no lo
buscábamos.
Siempre me gustó enrollarme poco en las historias. Ponele, si ocurría algo
extraordinario, el primer impulso era -y sigue siendo- tomar unos segundos para
ver dónde poner el hecho si en la lista de lo trágico o en la lista de lo
cómico. Obvio, para atravesar las décadas sin imprimir en el rostro la imagen
de la amargura, es recomendable engordar la lista de lo cómico. Pero, lo raro,
es que con esta novela me pasó que existe el fifty fifty. Por eso le va tan bien el blues que me vino a
la cabeza.
Si dos más dos dieran tres...
Amor, locura, muerte. Qué sabemos de eso? Escribimos para saberlo. Leemos
para acercarnos a una respuesta, a una tentativa de respuesta. Leemos una
novela con la misma expectativa que vemos un film. Ya en el adelanto se sabe a
cuales de nuestras emociones apelarán -suspenso, terror, romanticismo, comedia,
drama, etc.- Igual nos adentramos. Ponele que alguien nos cuenta el argumento.
Igual vamos a ver la película. No sólo para comprobar las emociones que
despertó en nuestro amigo o amiga. Sino para estar seguros que estamos en la
misma sintonía. Lo que le pasó nos pasa. Comentar un film, o una novela, nos
hermana. Nos acerca, nos reprogramamos para seguir siendo quienes somos y para
seguir buscando lo que sabemos no vamos a encontrar: la clave de la vida. Es,
para dar un último ejemplo, por si aún no queda claro, como cuando nos juntamos
en familia o con amigos a ver la nueva temporada de Cosmos. Todo parece
prometer una gran revelación. Pero sabemos que lo que se mejoró es la
definición de las imágenes, sabemos que
el conductor habla nuestra misma lengua, es contemporánea, sus ropas no lucen
como el setentoso/ochentoso Karl Sagan -Dios lo tenga en la gloria-, su manera
y su gestualidad es, nos resulta, actual. Eso. Leemos para que se actualice
nuestra gran silenciada verdad : no
sabemos por qué estamos acá. No sabemos cuáles son las benditas leyes del amor.
Bueno, capaz me fui un poco. Por si se te olvidaste el tema de esta reseña
es la novela de J.C. Alarcón, Any Lorac punto com. Todo lo que escribí
lo escribí después de leerla. A ver si a vos te pasa algo parecido. Sería como
comprobar que el mundo gira y nosotros, al menos, estamos de acuerdo. O, al
menos, en sintonía.
Para terminar. Cuál es la clave de Any Lorac? Atrapa porque
cumple con la fórmula sabida del género policial: retacea datos, despiste del
lector por confiar inexorablemente en el personaje principal, el investigador
se ve mezclando trabajo y placer y, por sobre todo, pone en evidencia que la
violencia de la sociedad se inscribe en los cuerpos de los protagonistas.
Any Lorac no es una simple novela de amor, es un relato sobre los años duros de la
Argentina y su repercusión del otro lado del mar. El investigador no solo debe
armar un rompecabezas, por momentos se parece a un cazador que va tras su presa
y para ello debe desplazarse por distintas ciudades europeas. De esa manera
logra un efecto pocas veces visto en las novelas latinoamericanas que abordan
los años de la represión política argentina y sus consecuencia en los años
posteriores. Quiero decir, logra transmitir de un modo claro cómo los
acontecimientos políticos de nuestro país irradiaron tensiones fuera de las
propias fronteras.