sábado, 5 de abril de 2014

LEYENDO A ENGREN

Por Juan Carlos Alarcon


Un personaje como el de Engren, en "Memoria de la Isla" de Patricia Rennella, propone fenómenos de identificación difícil de evitar para el lector que no es crítico ni intelectual de antiguos claustros académicos; y, sobretodo, si ese lector soy yo, artesano de mis sueños y de mis propios fantasmas.

Digo esto, porque el encuentro con Engren me trasladó a otro universo, a otro mundo, a otra historia que ya creía olvidada y que parece renacer como el ave fénix de entre sus cenizas, las mismas cenizas que el tiempo economizó en dispersar y que hoy se revuelven en mi estómago dejando un gusto fétido.

A este relato, únicamente por haber despertado mis recuerdos, se lo debiera dedicar a la bella Patricia, ya que fue leyendo su libro que golpeó mi memoria un hecho acaecido hace muchos años, en el ocaso de la década del treinta. Claro que, por entonces, el personaje no se llamaba Engren sino Cecilia y tampoco jugaba en la anfibología constructiva de una memoria. Cecilia era maestra rural, ni cualquier otra cosa que se le pareciese a pesar de sus 22 años y sin arrugas en la cara, como las que tenía Engren según el libro de Patricia Rennella. Cecilia había perdido contacto con su historia y era chiflada.

Por aquella época, yo venía de salir de la adolescencia y las mujeres me parecían "complicadas" en el íntegro síndrome gramatical de la palabra. Imagen falsa que mudé más tarde, cuando las mujeres dejaron de ser complicadas para transformarse en "chifladas", no sólo para mí sino también para muchos de mis amigos y, todo eso, por la simple imposibilidad de comprenderlas. Cecilia fue parte de ese periodo de mi vida dónde con mis veinte o veintiún años, más la soberbia de creerme propietario del mundo, yo encontraba que las únicas reglas válidas eran las mías.

Después cuando adulto, debo reconocer, estuve obligado a volver a cambiar de concepto sobre las mujeres para evitar que me colaran en la espalda el adjetivo de machista. Esa autocensura finalizó por hacerme olvidar los hechos funestos de mi juventud y guardé exclusivamente las anécdotas que más me convenían y así fui recorriendo mi destino.

Todo estaba en ese orden hasta que apareció Engren y removió mi jardín secreto, aparentemente no tan olvidado, para destapar la historia de Cecilia, y motivo por el cual no puedo dedicar este relato a la bella Patricia aún cuando yo lo desease. Por culpa suya, hoy corro el riesgo de que me cataloguen viejo machista, arcaico y verde.

A Cecilia la conocí un sábado, después de salir de la Confitería del Plata, cuando retornaba a la casa de mis padres donde yo vivía. Ese camino, lo desande a pie porque desconfiaba de la eficacia del tranvía y de paso me ahorraba el valor del pasaje. Recuerdo que iba silbando, las manos en los bolsillos, cuando a la altura de la calle Roma me topé con mis amigos cotidianos, esa barra irigoyenista que tanto nos producía pasiones controvertidas y me invitaron ir a visitar a doña Catalina cuya sobrina venía de arribar a nuestra provincia por cuestión de salud. Esa chica era amnésica y mis amigos se divertían haciéndole creer que todos eran sus primos.


En un principio, no quería ir porque la madre de Antonio vivía al lado de don Sótero, comisario de la 8ª y fanático demócrata conservador que, cuando nos encontraba, intentaba adoctrinarnos con sus ideas políticas y terminábamos en grandes discusiones estériles que me dejaban dolores de cabeza por varios días. Sin embargo, ese sábado, concluí por conocer a Cecilia-Engren y cuando la vi sentí que el mundo caía a mis pies. Cecilia se asemejaba a una compañera de mi escuela primaria "como dos gotas de agua", diría Engren, y a la cual yo había amado desesperadamente en silencio durante toda mi niñez y gran parte de la adolescencia. Pero, en ningún momento dudé sobre si una era la otra o si la otra era la una, ni tampoco llegué a confundir sus gratos recuerdos, aún cuando yo también había construido el amor a partir de la ausencia. Es decir, para mí, las cosas estaban bien claras y Cecy no era, ni tenía nada que ver con ese amor de mis doce años.

Cecilia era hermosa, rasgos sureños y cabellos largos ondulados, y dejaba traslucir una visible ingenuidad como para burlarse tranquilamente y poder hacerle creer cualquier cosa, ya fuera por su ignorancia campesina o por el mismo hecho de su amnesia, donde debía encontrar o inventar su propia historia. La pobre Cecilia tenía que recrear nuevamente todas las situaciones o acontecimientos de una mujer joven. Ella me contempló inocentemente mientras me tendía su mano y preguntaba.

- ¿Vos también sos mi primo?

- No, no soy tu primo -respondí turbado por el parecido que portaba con ese antiguo amor infantil, aquella niña amada en secreto.

Si alguna vez pensé que no quise entrar en la broma de "los primos" porque me producía pena su enfermedad, descarté esa idea de inmediato, ya que, al día siguiente, me hallaba de nuevo en esa casa, sabiendo que Antonio estaba ausente. Todos los domingos de mañana, él continuaba yendo al Colegio Robles para jugar al fútbol después de la misa.

Cecy me recibió en el patio, me contempló sin recordar el día anterior y, como si fuera la primera vez que nos veíamos, con una sonrisa cándida volvió a interrogar.

- ¿Sos mi primo?

- ¡No, no soy tu primo. Yo soy tu novio...! -dije divertido con la nueva situación que venía de imponer. Pero Cecilia no se inmutó y su sonrisa tampoco se borró de sus labios.

- ¿Y qué es ser novio? -inquirió curiosa mientras algún brillo desconocido se iluminaba en sus ojos o, al menos, así me dio la impresión.

No sé si fui capaz de responder enseguida; reconozco que no me atendía una salida de esa índole, ni me sentía muy seguro por la imagen que venía de fabricar. Me dije, que tal vez fue por la idea de ser el más original del grupo o, tal vez, porque la nueva situación podía darme la oportunidad aguardada desde niño para confesar un amor vivido sin jamás ser dicho a persona.

- ¿Qué es ser novio? -volvió a preguntar Cecilia dispuesta a no abandonar ese nuevo sentimiento ignorado por ella.

- ¡Y... novios son dos seres que se quieren, que se aman, como te amé todo ese tiempo que estabas ausente! -acoté embarazado por una explicación de tal naturaleza.

No sabía cómo podía tomarlo ni hasta dónde llegaba su amnesia, pero sí notaba que mis pensamientos se volvían sicalípticos delante de la posibilidad que podía desprenderse de ese acto inaudito. Sin embargo, tuve miedo de continuar, la pobre Cecy, que debía fabricar sus imágenes a cada palabra no había comprendido nada y expresó más estúpida que nunca.

- ¡Ah, cómo si fuésemos primos...!

Si, más o menos -me limité a contestar y partí apresurado, tratando de evitar a doña Catalina por la broma nada inocente que venía de hacer a su sobrina.

Varios días más tarde, las imágenes Cecilia/Engren, Engren/Cecilia, continuaban a mezclarse. El amor volvió a resurgir con ímpetu y por momentos podía ser auténtico, por momentos mentiroso. Yo estaba seguro que no era la niña de mis sueños y a pesar de ello las imágenes se confundían entre sí. Mis reminiscencias eran difusas, se proyectaban en el tiempo sosteniéndose únicamente en una vieja fotografía de escuela que conservaba como una reliquia preciosa, pero que iba perdiendo nitidez, volviéndose amarilla y resquebrajándose con el pasaje de los años.

Yo soñé con Cecilia, con sus ojos castaños y su sonrisa incauta, con su ternura inocente y sus caricias desconocidas, pero no me atrevía a ir a la casa de Antonio, todos estaban al corriente de esa conversación y me avergonzaba sentirme descubierto. Recuerdo que algunos de mis amigos ya habían empezado a hacerme bromas con respecto al "noviazgo" y, debo reconocer, Cecy había despertado mis fantasmas juveniles y los placeres de mis primeros secretos onanimistas. En ese momento, ella era una realidad concreta, tangible, palpable y aquello que nunca había sucedido, comenzaba a bullir en mi interior, volvíase factible ante su amnesia porque ella encontraba todo natural sin experimentar esos conflictos morales que ignoraba. ¿Acaso no era el sueño de nosotros, los jóvenes, ansiosos por vivir experiencias, poder hallar una mujer hermosa, sumisa e ingenua?

Esa semana la transcurrí preparándome para el instante que se produciría nuestro encuentro, nuestro choque emocional entre la razón y la ignorancia, entre la especulación y la ingenuidad, y llegué a modificar hasta la alimentación para estar a la altura de los acontecimientos tomando desayunos con frutas exóticas, leche de coco y nueces brasileñas. No había duda que estaba excitado delante de ese primer amor iconoclasta y pérfido.

Una tarde, mi madre entró al cuarto donde yo me atrincheraba reviviendo las situaciones que aún no se habían producido y -me informó- que mis amigos se hallaban esperándome en la sala comedor y así fue que me vi atrapado, sin alternativas, y tuve que enfrentarlos de una vez por toda.

Cuando descendí, todos estaban instalados, cómodos, alrededor de la mesa charlando animadamente. Mi padre descorchaba una botella de vino blanco para brindar y en el mismo momento que entré, mi madre me tomó del brazo jerarquizando mi presencia con su orgullo de buena estirpe.

- Te lo tenías bien callado -comentó en vos baja. Luego acotó- Es bonita y de familia seria.

- ¿Quién...? –pregunté.

- ¡Tu novia! -replicó Antonio que también había escuchado.

No sé si pude saludar correctamente, como correspondía a una persona educada, porque veía en los rostros de mis amigos sonrisas burlonas. Cecilia se acercó y besó cálidamente una de mis mejillas, con esa timidez que la hacía más atractiva y sentí, por primera vez, la ternura de sus labios sobre mi piel. Era un saludo que le habían explicado Antonio y "los primos", pero ese cuadro familiar me resultaba bastante trágico-cómico. La broma la estaban extendiendo a mis padres y eso me producía un sabor amargo. Sin embargo ¿cómo decirles que había sido yo quien comenzó ese juego para aprovechar de la inocuidad de una enferma? La explosión que desencadenaría mi padre podía quedar marcada en los anales de mi vida. No, lo mejor era continuar esa situación y traté de prepararme psicológicamente para ello. De todas maneras, el acto de poder corroborar que una mujer estaba interesada en mí parecía alegrar excesivamente a mi padre y no lo ocultaba. Y yo lo comprendía... El pobre comenzaba a inquietarse de mi soltería y como no me conocía ninguna novia, situación anormal a mi edad, sus dudas sobre mi condición viril se despertaban lentamente. Por eso, cuando le presentaron a mi "novia", él descubría soslayado que yo era un hombre íntegro y sus preocupaciones se disipaban para siempre; su euforia era lógica y poco a poco me fui adaptando a la comedia que, en definitiva, también me beneficiaba y concluí por tomar la mano de mi adorable prometida.


Más tarde, doña Catalina también pareció aceptar con buenos ojos nuestra relación y, así fue, que en una semana, Cecy y yo, terminamos siendo novios oficiales.

A ella la curaban en el hospital San Roque donde debía presentarse regularmente todas las semanas y yo empecé a acompañarla, cosa que doña Catalina agradeció de corazón porque le evitaba desplazarse. A menudo, de regreso, solíamos detenernos en el Parque Las Heras donde nos quedábamos conversando algunas horas aún cuando, en realidad, era yo que hablaba. Cecilia se limitaba a oír en silencio mientras le contaba mis proyectos, mis sueños y mis frustraciones. En resumen, yo abría mi vida delante de ella y, por primera vez, podía confiarme a otra persona sin tener recelos y bastante tranquilidad, sabiendo que al día siguiente ella olvidaría todo.

Una tarde, regresando del hospital, como tantas otras veces, nos detuvimos en ese parque rodeado por rejas que servía para ocultar nuestra intimidad. Entonces Cecy demandó tímida y con curiosidad.

- ¿Cuál es la diferencia entre el amor de primos y el amor de novios?

Puede ser que había demasiado inocencia en sus palabras o un dejo de temor que se podía adivinar también en ella, pero la frase sonó con ternura, con un cariño que podía existir sólo en mis sueños y fue suficiente para despertar mis ansias contenidas. Por algún lado, el cielo se vistió con dorados de fuego y mis manos se poblaron de caricias. Todo el amor que tenía intacto, por aquella compañera de colegio, flotó en el aire con el ímpetu de un sentimiento prisionero que se liberaba de golpe. Pienso que Cecilia tenía los senos vírgenes, porque cuando mis manos los buscaron tembló íntegra y de esa manera ella comenzó a aprender el abecedario de un amor primitivo, fabricado con mordiscos y delicadeza. Su amnesia era tan grande que debí inventar el deseo palmo a palmo, yo tuve que explicarle todo y, al final, apoyó su cabeza sobre mi hombro y así nos quedamos una eternidad o, apenas, hasta que tuvimos temor de la hora y emprendimos el regreso.

El regreso lo hicimos en silencio, como si las palabras hubieran perdido su significado. Ella caminó acurrucada bajo uno de mis brazos y fue entonces que tomé conciencia del amor, de ese amor nuestro, secreto y discreto, y que, en cada oportunidad que tenía, yo aprovechaba para darle nuevas lecciones. Muchas veces ella parecía olvidarlo rápidamente y debíamos recomenzar todo desde un principio; otras veces, nos limitábamos a estar en silencio. No sé cuánto la amé, porque el hecho se volvió una obsesión con los meses. La sensación de una conciencia ciega tomó cuerpo dentro mío, yo me estaba aprovechando miserablemente de su situación, de su ingenuidad amnésica y de la docilidad que exteriorizaba por aprender a conocerse. Hasta creo haber llorado y -me dije- que debía hablar con Antonio para explicárselo, al fin y al cabo, él había sido quien empujara nuestro noviazgo, pero Antonio estaba convencido de la honestidad de mis actos y creía en esa vía para ayudar la salud mental de su prima. No había duda que contaba con mi responsabilidad de amigo y la amistad era un sentimiento inviolable, sagrado, sellado por un juramento tácito. El ignoraba la vileza de mi comportamiento y seguramente, como era lógico, nuestra amistad se rompería. Acaso fue por eso, pero no sé exactamente por qué lo hice, lo cierto es que decidí expicárselo directamente a Cecilia, aún cuando no pudiera comprender el significado de las palabras ni los hechos vividos.

- Es difícil decirlo pero el amor, de tanto en tanto, es como un día de sol que finaliza bajo un cielo de lluvias...

Si Cecilia presintió la seriedad de los acontecimientos, nunca lo supe. Ella me miró absorta y fue a decir algo, no obstante continuó en silencio. Sus ojos se volvieron grises, tristes y el tiempo se tornó denso, poblado de preguntas sin respuestas. ¿Cómo explicarle que nuestro amor llegaba a su fin? ¿Cómo confesarle, que todo fue una mentira sin maldad hasta el instante que me enamoré verdaderamente de ella? ¿Cómo decirle que nuestro amor fue el perfume de su cuerpo impregnando mis manos? y no quise mirarla por vergüenza, ella no comprendía lo que sucedía, o tal vez si; o tal vez comprendía y se negaba a aceptar ese destino que yo procuraba imponerle una vez más ¿Cómo podía sentirse un hombre que inventaba el amor según sus propias conveniencia? ¿Cómo podía sentirse un hombre que toma conciencia que se estaba aprovechando de una enferma mental? ¿Es qué al final del camino el amor podía purificar la abyección de un comportamiento? ¡Tantos interrogantes sin respuestas! Entonces tomé sus manos entre las mías, no sé si fue para transmitirle confianza en sí misma o para compartir ese dolor que me carcomía íntegro. Y lloré... Lloré por la decisión de poner fin a nuestro cariño, la amaba y no podía continuar mintiendo. Cecilia se había transformado en mi primer amor de juventud y, justamente, por ese amor que podía sentir, tenía que despedirme, finalizar nuestra relación.

- A partir de hoy no seremos más novios.

- ¿Por qué...?

- No puedo continuar esta comedia

- ¿Has dejado de amarme?

- ¡No, todo lo contrario! Nunca quise tanto a una mujer como te quiero a vos...

- ¿ Entonces por qué...? -interrogó atándose a ese instante, adivinando que los hechos se le escapaban también a ella.

¿Es qué el primer amor se puede olvidar fácilmente? ¿Acaso no es un recuerdo latente que explota espontáneo delante de eventos imprevistos? Todavía me duele el dolor de aquella época. Cecilia no conocía la tristeza y sufría. Cecilia no conocía heridas de sentimientos ni el tiempo que podía demorar en cicatrizar una amargura y venía de descubrir todas esas sensaciones infaustas. Yo sentí la presión de sus uñas sobre mis manos, y sentí un temblor indefinido, vago, por la rabia que nacía en ella.

- ¡Pobre diablo! El dolor es parte del amor -dijo abandonándose a su destino.

- Mi pobre Cecy ¿Qué sabes tu lo que es la angustia en el amor?

- El amor no es propiedad únicamente tuyo, tarde o temprano todos pasamos por él. En un principio, nuestro "noviazgo" me divirtió tanto como a vos, pero sabía que un día tendría que terminar y me entretuve pensando ¿hasta dónde llegarías con tu juego?

De pronto volaron algunos pájaros en el cielo y sentí que sus manos quemaban las mías y las retiré intempestivamente, Cecilia hablaba con voz calma, firme.

Descubrir que la memoria podía renacer, revenir de golpe a su origen, como un bumerán, me aterrorizó enteramente y me sentí descubierto en una actitud ilícita. La falta de su remembranzas había sido la motivación de mis actos innobles y Cecy venía de recuperarla.

- La historia de los "primos" era más divertida y no por ello menos peligrosa, tus amigos pretendían jugar como los chicos: a los médicos y a la enferma, pretendían poner inyecciones en mis nalgas

- ¿Y cuándo recobraste la memoria? -demandé aún con la esperanza de que no recordase mis confesiones ni los fantasmas que le narraba convencido de su olvido posterior.

- Nunca estuve amnésica.

- ...

- La única manera que mis padres podían dejarme partir de casa era teniendo una causa importante. La idea de la amnesia me vino cuando leí una nota en una revista. Aquí exageré la enfermedad y me encontré con situaciones graciosas.

- ¿Y hasta cuándo pensabas continuar esa comedia? -pregunté ya totalmente humillado.

- Hasta que mis padres se acostumbraran a verme independiente.

- ¿Y nuestro amor?

-          ¡Pobre infeliz!... ¿Acaso yo no era amnésica...? ¿Ingenua...? ¿Una simple campesina a merced de tu sadismo?.



6 comentarios:

  1. Hola Juan Carlos, un relato muy especial e incluso cruel y que de hecho en más de una ocasión ha sido real, pero no la abandonó aun sin tener la memoria.
    Sí, yo también pienso que las mujeres son algo complicadas, prefiero el carácter de los hombres, son más sencillos de entender !jaja!
    Bueno amigo, le dejo mi saludo.
    Sor.Cecilia

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    1. No me agrada decir que hay cosas que son mas de un sexo que del otro, conozco mujeres que son extremamente admirables como asi hombres; pero cualquier hecho es bueno para escribir.
      Muchas gracias por visitarme en el blog y leerlo.

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  2. Muy buen relato Juan, entiendo el enojo de Cecilia, se burlaban continuamente de ella, de alguna forma tenía que defenderse, porque jugaron con su inocencia y su supuesta enfernedad, eso demuestra que no hay que subestimar a las personas que se ven disminuida por alguna causa, ella tuvo un porque en actuar de esa manera, debia lograr un objectivo y terminó burlandosé de los que le hicieron daño,
    Cariños Juan, impecable como siempre,

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  3. Gracias por el comentario Romi; un abrazo

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  4. Acaso Cecilia sea la mujer que encarna la perfecta amante: la que no demanda, la imposibilitada de rencor o reproches porque simplemente olvida. Linda historia para desarrollarla en una novela. Me hizo acordar a "Eterno resplandor de una mente sin recuerdo" una "peli" fabulosa que proponía borrar los recuerdos dolorosos de la mente. Pero no tiene la vuelta de tuerca de este relato que en clave de humor postula al burlador burlado. Una figura presente en tu última novela. Coincidis?
    Gabriela Vidal

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    1. Gabriela, Ahh si uno pudiera olvidar facilmente las cosas dolorosas, porque aunque la memoria sea selectiva algun dia u otro remonta a la superficie. Uo creo que la que mas se divertia de todas esas situaciones fue la propia Cecilia.

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