miércoles, 23 de diciembre de 2020

Reconstruyendo el tiempo

 

Carajo, se murió el Daniel Salzano (*)

por Juan Carlos Alarcón

 

Nuestras dos familias eran de barrio Pueyrredón, de la calle Charcas; pero nos separaba la Avenida Patria que era una frontera peligrosa para ambos lados. Además, Daniel era de familia fanática radical y yo de familia peronista, fanática.

Recuerdo que un día le dije: nunca me saludaste, ni siquiera a la salida del cine del colegio Robles. Entonces me miró y largó una carcajada respondiendo:“Cómo te iba a dar bola si vos eras un pendejo?” Tenia razón, 5 o 6 años es una enormidad cuando uno es chico. Yo era un pendejo y él era viejo.

Pienso, que nosotros nunca fuimos amigos, aunque hubo periodos que nos frecuentábamos seguido y varias veces comíamos en familia ya que Cristina, su mujer, era también muy amiga de mi esposa. Ellas se conocían desde adolescentes.

Por aquella época muchas veces yo pasaba a buscarlo por la redacción del diario La Voz del Interior y nos cruzábamos al bar del frente a tomar cafés. Cuando yo me largué con la aventura de hacer una película, como no podía ser de otra manera, él fue uno de los primeros en hacerme una entrevista.

El día que se casó con Cristina nos habían invitado y fuimos con mi mujer. Fue el casamiento más original que asistí hasta el día de hoy. Había docenas y docenas de quesos diferentes, de todo tipo y gustos haciendo juego con panecillos también de todo tipo sobre mesas de distintos niveles y una decoración teatral. En realidad parecía la escenografía de una pieza de teatro donde los invitados eramos los actores. Algún tiempo después nos encontrábamos en el bar Unión y me dijo “No me digas que la fiesta de mi casamiento no fue linda?” Yo le respondí: Espero que nunca más te vuelvas a casar porque me recagué de hambre, los quesos a mi nunca me gustaron. Capaz que siguió mi consejo porque nunca se separó de Cristina.

Hay algo que tengo que reconocer, siempre me gustó su manera de escribir y hasta influenció en la mía. Lo supe un día cuando yo venía de borronear un poema donde había una frase “Traficante de luna / que lleva una herida en la sangre...” Allí pensé : Carajo, esto también es de Salzano. El era diabético, insulino-dependiente y varias veces yo lo había visto pincharse.

Su primer libro de poema “Oh beibi” me encantó, era una oda al cine. Pero cuando después publicó "Versos que escribí para que tocara Jelly” me marcó a tal punto que muchos más tarde cuando yo publiqué “País Chúcaro” (Ed. Recovecos) le dediqué el poema 16.


La ultima vez que tomamos un café fue unos años antes de morir. Nos encontramos por casualidad. Yo iba caminando por la Av. General Paz y él salia  del edificio de los gallegos, La Casa de España. Yo no lo había visto y siento que desde atrás me dice : “Ya no saludas cordobés trucho?”

Hablamos un poco de nuestras respectivas familias, por supuesto mucho de cine y me dijo que había leído mi novela “Cuando los pájaros vuelan en libertad” y que yo no había dejado de admirar a Víctor Stasyzyn, que había sido su jefe cuando él escribía en la página de espectáculo de La Voz. Yo sonreí y estuve a punto de contarle un secreto: No, lo que quiero, es escribir como Daniel Salzano; pero ese secreto ni en pedo se lo confesaría porque nosotros no éramos amigos.

 

 

Poema 16 (a Daniel Salzano)

 

Alguna vez, caminé Rivadavia arriba

examinando los jardines del mercado de abasto

escupiendo nicotina

discutiendo política con viejas prostitutas.

Algunas veces, he esperado la mañana

despeinando madrugadas,

he bebido elixir de vida desde el fondo de una copa

mientras una serenata se escapaba por la ventana

del hotel Walford

y, más tarde, en el bar Claudia

al primer trasnochado que bebía café con sacarina

le pregunté por Daniel

y me respondió:

le está escribiendo a Jelly.

 

“País Chucaro” (Ed. Recovecos; Cba)

(*) publicado en el blog de Radio Bumerang Argentina, 2014.  El 24 de diciembre moría uno de los grandes poetas de Córdoba, Argentina.

 

 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El misterio de un pancho



Hay misterios que quedaran misterios toda la vida. La noche estaba fría, pocas ganas de cocinar, poca mercadería en la heladera. Bueno, un pancho con dos salchichas, mayonesa y un resto de chips triturado. Cuando voy a la Argentina, por todos los lugares que paso trato de comer un pancho gigante para ver las diferencia regionales.

Aquí en Francia no es el mismo pan, el hot-dog no es el pancho; pero, bueno “es lo que hay” diría mi sobrina Caro cuando me hacia comer tres veces por semana polenta con queso.

Miré el pancho para ver por donde lo atacaba. Asociación de idea?... Recuerdos que a veces brotan como vertientes?... Lo cierto fue que pensé en un día que llegué a la Argentina. Por ese entonces Alfonsin ya era Presidente y nosotros, los prohibidos, ya podíamos visitar la familia y los amigos. El camino era simple, de Ezeiza a Retiro y de Retiro en colectivo hasta Paraná. Así comenzaba mi peregrinaje, después por todo el país.

Recuerdo que estaba en Retiro y debía esperar un par de horas mi colectivo, y me senté en los andenes, desde donde salen los vehículos para todo el país. Una mujer policía se paseaba de una punta a la otra controlando las incivilidades que pudieran ocasionarse. A pesar que vi el piso lleno de colillas de cigarrillos, me acerqué a la mujer policía y le pregunté si allí se podía fumar, quien me miro de los pies a la cabeza y me respondió: No, poder no se puede, pero esta consentido. Yo fumé mi cigarrillo tranquilamente cuando veo que adentro había un quiosco que vendía panchos gigantes. Ni dudarlo, entré me compré uno con una gaseosa y volví afuera donde había dejado mi valija.

Yo estaba saboreando mi pacho cuando la mujer policía se me acercó y me dijo: “Señor Alarcón, no creo que este sea un buen lugar para esperar su transporte; seria mejor que buscara otra forma de desplazarse” Y siguió caminando.

Acostumbrado al pasado, todo mi cuerpo se tensó de golpe. Acaso fue el instinto, que se despertaba muchas veces en época de la dictadura y sin haber terminado de comer, arrojé los restos adentro de un tacho de basura y salí de la Terminal de Ómnibus; tomé un taxi hasta Aeroparque donde saqué pasaje en el primer avión que salia para algún lugar conocido. Llegué a Pajas Blancas, en Córdoba; nuevo taxi a la Terminal de Ómnibus local y allí tomé el colectivo que iba a Paraná.

Nunca supe por qué la mujer policía me pidió salir de Retiro. Podría imaginar que ella vio las etiquetas pegada a mi valija y se dio cuanta que yo venia del extranjero; podría... Pero cómo es que sabia mi apellido? Porque fue por mi apellido que ella se dirigió a mi. Es un misterio que jamas pude descifrar.