martes, 25 de marzo de 2014

Lo que Gabriela Andrea Vidal, Lic. en Letras Modernas UNC escribió sobre la novela “Any Lorac punto com”

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Por Gabriela Andrea Vidal


La última novela que leí, la devoré. Quitándole un poco de tiempo a los niños, dejándoles usar el scooter al salir de la escuela, quedándonos un poco menos en el parque, haciendo un poco más rápido el baño antes de acostarse... Pequeños trucos que me permitieron prender “la compu” para leer uno tras otro los capítulos de Any Lorac lejos de sus manitos entrometidas y sus inocentes preguntas. De alguna manera me sentía transgrediendo, yo también, como la novela misma, algunos movimientos -mentales- rutinarios. Y, cuando me preguntaban de que iba se me venía a la cabeza  la letra de un blues “si dos más dos diera tres/el mundo no sería como es”.

Pensaba con qué palabra describir lo que propone Juan Carlos Alarcón en Any Lorac. La palabra que mejor describe a la novela es, me animo a decir, transgresión. Es, al mismo tiempo la característica del trasfondo histórico que sirve marco a los acontecimientos narrados. La política misma, pienso, se conjuga transgrediendo y avanzando sobre lo impuesto. Pablo, el protagonista es un transgresor; la Agencia donde trabaja lo es en la medida que funciona como pantalla de una organización humanitaria que en los ´90 sostiene la contraofensiva a la derecha argentina en Francia; la mayoría de los personajes femeninos lo son. En suma, la novela toma revancha sobre un el mundo burgués y propone otra cosa, que no es mejor ni peor. Aunque no estoy tan segura...

Any Lorac punto com trata de un relato compuesto por capítulos cortos a cargo de una voz que pertenece al protagonista pero desconocemos a quién se dirige. Acaso es lo de menos ya que por momentos logra concentrarnos tanto en el caso que tiene entre manos que depositamos toda nuestra confianza en él. No descubrimos el misterio hasta que él nos lo aclara.  Pero esta características propia de cualquier policial está al servicio de mantener un enigma  que finalmente ni él puede explicar: a quién ama Any Locac? . Si en los policiales negros el dinero es ley y, como quiere R. Piglia -el mejor crítico literario contemporáneo de literatura argentina por lejos-, la manera de narrar está ligado a un manejo  de la realidad materialista, aquí, en la novela de Alarcón, no es el dinero el que gobierna sino los cuerpos. Hay, de algún modo, una tiranía de los cuerpos. En ese sentido Any Lorac es el emblema de la mujer fiel solamamente a sus deseos. Otra pregunta se abre: qué es mejor, la tiranía del cuerpo o la tiranía del dinero?. A lo mejor el resultado es el mismo. Vaya uno a saber...

De todas las transgresiones que propone la novela, me juego por esta última  que es, sin lugar a dudas,  la transgresión más elevada en el relato. Any Lorac, según la perspectiva del narrador -que es ni más ni menos que nuestro héroe-, es una latinoamericana seductora, fiel a sus instintos, a su sexualidad que la impulsa a saciarla sin miramientos. Any Lorac es, además, madura, sensual y estéril. Una combinación perfecta para el imaginario de nuestro héroe que escapa y se ríe del modelo tradicional de felicidad burgués: matrimonio, dos niños, un perro, etc.
Si los cornudos fueran unicornio.
Alguna vez se preguntaron que pasaría si dos más dos diera tres? Bueno, esta novela seguramente les hará pensar en eso. No vuelen demasiado lejos, no propongo matemática pura, sino pensar en cómo concebimos el amor. Seguramente de a dos. Cuando la cosa es -generalmente- se complica.

Esa pregunta puede alcanzar horizontes más extensos si la traspolamos a otros terrenos y podemos, por ejemplo, preguntarnos: estamos seguros de haber sido amados cuando sabemos que aquel amor, después de alejarse de nosotros siguió adelante conquistando otras historias y reescribiendo lo que creíamos clausurado en nuestro recuerdo. Duro. Durísimo, como puede se constatar que para quien  recordamos como un gran amor solo nos tiene reservado unas cuantas páginas de su álbum de recuerdos y no precisamente las centrales.


Ahora bien, la cosa se pone más fulera si en vez de pensar en un amor pensamos en un proyecto político del pasado al cual adscribimos, del cual formamos parte no sólo por simpatía sino por ideología. Pero, supongamos que pasa el tiempo y ya no podemos reivindicar aquello, no por falta de convicción sino porque los actores y las fuerzas institucionales opuestas siguen ganando la apuesta.

Me parece que ahí la novela gana. El protagonista, Pablo, la va de seductor, de héroe solitario que por momentos roza más con el wester que con el policial negro. Pero resulta, al final, ser una víctima de las mujeres que le interesaron y de las que se convenció amar. Por momentos la novela propone escenas eróticas, y es allí donde el héroe parece elevarse en las alturas. Pero, no. Son los personajes femeninos los que realmente lo logran, cuerpos que despiertan y arrebatan y sustraen el cuerpo de Pablo. Y, lejos de convertirse en unicornio, Pablo se convierte en una figura con dos cuernos, como reza el subtítulo de este apartado.


Por otro lado, la continua alusión expresa a la historia nacional no hace más que remarcar la simpatía del personaje por la izquierda peronista, su simpatía por los movimientos que enfrentaron a la derecha militarizada. Pero, la visión de los setenta, a la luz de la madurez del personaje, deja traslucir desilusión. Hay, sin embargo una contradicción que no hace más que humanizar al personaje y hacerlo más querible. Un ex-militante que trata de defender sus ideales aún a miles de kilómetros de distancia, que no cree en los valores burgueses pero que, al mismo tiempo, no puede con la soledad y es más feliz cuando en el horizonte se dibuja una familia de la que podría formar parte.

Todo eso cae en la nada, el final es tan trasgresor como el personaje. El lector decide si hubo o no transformación en él. Al parecer todo indica que nuestro cowvoy se aleja triste y solitario bajo un invierno con otro acento.

Si dos más dos diera tres, qué distinta sería la vida...

Para mí, J.C. Alarcón se mandó escribrir una novela de 130 y pico de páginas con argumento policial solo para lograr que el diseño, una vez terminado nos pueda aclarar cómo se cifran las relaciones amorosas.

En el caso de Any Lorac la pesquisa que lleva adelante Pablo atraviesa no solo la historia nacional, la geografía centroeuropea y la permanente sospecha sobre todos los y las que lo rodean. También, y, por sobre todo, Pablo emprende una cacería donde el atrapado será él mismo. Pero no su integridad física o moral. No se trata de eso. Me parece que nuestro héroe se queda con las manos vacías por las traiciones que experimenta y por no haberlas percibido antes. El interrogante es: en qué cambia no saber antes lo que ahora se sabe. La respuesta parece ser: nada. No cambia nada. Me refiero a la herida que produce tomar conciencia de que lo que creíamos genuino lo era sólo para nosotros. La otra parte de la historia, es otra parte. No puede coincidir con nuestra percepción. En ese punto la novela es una novela de la desilusión, de la toma de dimensión sobre lo que ocurre cuando justamente no lo buscábamos.

Siempre me gustó enrollarme poco en las historias. Ponele, si ocurría algo extraordinario, el primer impulso era -y sigue siendo- tomar unos segundos para ver dónde poner el hecho si en la lista de lo trágico o en la lista de lo cómico. Obvio, para atravesar las décadas sin imprimir en el rostro la imagen de la amargura, es recomendable engordar la lista de lo cómico. Pero, lo raro, es que con esta novela me pasó que existe el fifty fifty.  Por eso le va tan bien el blues que me vino a la cabeza.

Si dos más dos dieran tres...

Amor, locura, muerte. Qué sabemos de eso? Escribimos para saberlo. Leemos para acercarnos a una respuesta, a una tentativa de respuesta. Leemos una novela con la misma expectativa que vemos un film. Ya en el adelanto se sabe a cuales de nuestras emociones apelarán -suspenso, terror, romanticismo, comedia, drama, etc.- Igual nos adentramos. Ponele que alguien nos cuenta el argumento. Igual vamos a ver la película. No sólo para comprobar las emociones que despertó en nuestro amigo o amiga. Sino para estar seguros que estamos en la misma sintonía. Lo que le pasó nos pasa. Comentar un film, o una novela, nos hermana. Nos acerca, nos reprogramamos para seguir siendo quienes somos y para seguir buscando lo que sabemos no vamos a encontrar: la clave de la vida. Es, para dar un último ejemplo, por si aún no queda claro, como cuando nos juntamos en familia o con amigos a ver la nueva temporada de Cosmos. Todo parece prometer una gran revelación. Pero sabemos que lo que se mejoró es la definición de las imágenes,  sabemos que el conductor habla nuestra misma lengua, es contemporánea, sus ropas no lucen como el setentoso/ochentoso Karl Sagan -Dios lo tenga en la gloria-, su manera y su gestualidad es, nos resulta, actual. Eso. Leemos para que se actualice nuestra gran  silenciada verdad : no sabemos por qué estamos acá. No sabemos cuáles son las benditas leyes del amor.

Bueno, capaz me fui un poco. Por si se te olvidaste el tema de esta reseña es la novela de J.C. Alarcón, Any Lorac punto com. Todo lo que escribí lo escribí después de leerla. A ver si a vos te pasa algo parecido. Sería como comprobar que el mundo gira y nosotros, al menos, estamos de acuerdo. O, al menos, en sintonía.

Para terminar. Cuál es la clave de Any Lorac? Atrapa porque cumple con la fórmula sabida del género policial: retacea datos, despiste del lector por confiar inexorablemente en el personaje principal, el investigador se ve mezclando trabajo y placer y, por sobre todo, pone en evidencia que la violencia de la sociedad se inscribe en los cuerpos de los protagonistas.
Any Lorac no es una simple novela de amor, es un relato sobre los años duros de la Argentina y su repercusión del otro lado del mar. El investigador no solo debe armar un rompecabezas, por momentos se parece a un cazador que va tras su presa y para ello debe desplazarse por distintas ciudades europeas. De esa manera logra un efecto pocas veces visto en las novelas latinoamericanas que abordan los años de la represión política argentina y sus consecuencia en los años posteriores. Quiero decir, logra transmitir de un modo claro cómo los acontecimientos políticos de nuestro país irradiaron tensiones fuera de las propias fronteras.


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jueves, 13 de marzo de 2014

El Sur

Por Juan Carlos Alarcon

No lo sabrá eludir este resumen
de mi largo comercio con la luna.
(Jorge Luis Borges "El Hacedor")


Estaba sentado en una de las últimas mesas, contra la pared, en el bar El Sur sobre el Bulevar Saint Germain, en el barrio latino de París, a pocos centenares de metros de La Sorbona. Allí vamos los latinoamericanos a cargar la nostalgia de la tierra lejana, a veces tomamos mates y escuchamos tangos. Era invierno pero todavía el frío no se hacía sentir con vigor a pesar del mal tiempo que reinaba. A esa hora el bar se encontraba repleto de parisinos y estudiantes, como si el mundo entero se hubiese dado cita en ese lugar. No sé quién ni cómo ni cuándo, pero sobre mi mesa aparecieron tres libros, quizás tres largas letras, olvidadas por descuido o adrede. El mozo pasó a mi lado y angustiado con la sobrecarga de trabajo no se dignó a mirarme, indudablemente él no había dejado esos escritos.

Casi con curiosidad tomé uno para hojearlo y de pronto sentí un escalofrío deslizarse a lo largo de mi columna vertebral. Dante Alighieri venía de hablar desde alguna parte de las colinas del Purgatorio, se hallaba con Virgilio cumpliendo su penitencia para poder continuar en dirección al Paraíso donde la bella Beatriz los esperaba. No sé porqué, pero pensé que Virgilio debía estar sonriendo irónico, su amor no estaba dispuesto a compartirlo con nadie, ni siquiera con el mismo Dante. Entonces, tuve una mezcla de temor, emoción y entusiasmo y levanté la vista para tomar conciencia del sitio dónde me encontraba, no quería dejar apartarme de la realidad.

Ese día, París estaba húmedo de lloviznas sin cese y el café al que recurría, parecía haberse adherido con saña a mi estómago; sin embargo -me dije- esa no sería la causa de una fantasía auditiva.

En ese bar todos los clientes se conocían, y si no se conocían se saludaban lo mismo, porque todos se sabían estudiantes y latinoamericano; Había gente parada esperando su turno para sentarse y que luego pasarían el tiempo observando a los nuevos clientes, que también ellos atenderían su turno produciendo el círculo comercial de todos los bares. Había murmullos por todos los rincones, comentarios que no se distinguían a causa del bullicio general y decidí leer los escritos esperando que su propietario se exprimiese o que al menos diese señales de vida para reclamar su pertenencia. Fue en ese instante que Dante volvió a opinar escandalizado por el gentío: "Ni siquiera en el infierno son tan irrespetuosos" -creo que dijo- y busqué la procedencia de su voz sin saber aún el sitio exacto.

La mayoría de los clientes eran jóvenes, dicharacheros y plenos de algarabías, por eso la presencia de un anciano soberbio, orgulloso de su porte, se destacaba aún más llamando fuertemente la atención. El hombre vestía traje gris oscuro, corbata clásica y estaba sentado en una mesa vecina con la espalda enhiesta bien sostenida contra el respaldar de la butaca y sus dos manos estaban apoyadas sobre un bastón que portaba verticalmente, casi como un prócer. El anciano mantenía la vista fija sobre el interlocutor que se hallaba frente suyo, pero se notaba su ceguera aún cuando sus deseos eran manifiestos.
 
- Fue un error haberse ido a Suiza, don Jorge; sobretodo a su edad. El exilio no se inventa únicamente cuando uno lo quiere...

- ¿Y qué sabe usted cuando comienzan los exilios? -acotó el anciano ante una presencia que evidentemente le desagradaba.

- ¿De eso, yo conozco mucho! -respondió su acompañante mientras se rascaba la barba poblada de canas, como mostrando que él también ya había vivido sus buenos años.

El viejo patriarca continuaba mirándolo sin ver y parecían no quererse demasiado, pero el destino los había juntado y Borges y Cortázar conversaban tranquilos, sin emociones aparentes, apenas apasionados por la característica de los temas: la nostalgia, los recuerdos y las ausencias. La política la palpaban al descuido, porque sólo los unía el antiperonismo y los desunían sus posiciones históricas, sus procedencias ideológicas y el federalismo.

En el bar, el encuentro de los dos hombres pasaba desapercibido y yo no estaba muy seguro de lo que veían mis ojos, por eso sonreí como un sonso para los costados.

El barrio latino había sido estadía de grandes poetas, filósofos e intelectuales y la misma Sorbona se enquistaba majestuosa en el corazón de una cultura tradicional y milenaria que se había tratado de mantener intacta. En varias oportunidades me habían comentado que espíritus y fantasmas solían rondar por las calles, eran esos personajes encorvados, viejos y vetustos que bebían cervezas y aguas minerales en boliches tan llenos de historia como ellos mismos; sin embargo, nunca llegué a creer en relatos de fantasmas y sonreí con toda perspicacia. Y desde otra mesa casi frente mío, una mujer, tal vez estudiante, tal vez sola y aburrida me respondió con otra sonrisa no tan tímida procurando abrir las puertas a una aventura epicúrea; parecía venezolana porque llevaba el sol pegado a su piel y ojos picarescos con saber a salsa. La idea de un encuentro con la ternura no me disgustaba; no obstante, seguía intrigado con la presencia insólita y fortuita de Borges y Cortázar atirándome como un imán. Uno, había sido profesor mío durante un seminario sombrío y vivaz de literatura inglesa, y el otro, había sido un simple conocido de mítines y conciliábulos del exilio. Entonces, miré a la estudiante venezolana con toda la tristeza de una renuncia penible, que parecía estar aguardando una actitud más clara y disipante de mi parte; ella había respondido a mi sonrisa y esperaba la continuación de esa vía, pero cerré la comunicación con un gesto discreto, le envié un beso por el aire mientras le hacía una señal de despedida. En ese instante, justo a mi lado, se instalaron cómodos Dante Alighieri y su compañero de aventuras.

La chica, un poco hastiada por mi actitud sosa, bajó los párpados, pero Virgilio ya había visto nuestra intención y me comentó.

- Por una sonrisa igual de mi bien amada Beatriz, voy acompañando a Dante por los nueve círculos de su infierno cristiano.

Creo que yo mismo me sorprendí al responderle.

- Para mí el problema es diferente, no tengo impulsión y el amor es más sublime cuando se lo incorpora a la espera; si no es así, habría que preguntárselo a Petrarca que bien conocía esa materia.

Virgilio me observó con pena, porque para él el amor era una pasión que debía vivirse tan espontánea como irracional. Entonces, sorprendido por mis propias palabras volví a prestar atención en la mesa donde Julio continuaba criticando a Borges.

- Usted se suicidó solito don Jorge, el autoexilio, la nostalgia por revivir su adolescencia en los colegios suizos y toda esas pleitesías europeas no podían llegar a ser suficientes para borrar otros recuerdos más enraizados: los de Buenos Aires, el turbio almacén de Palermo, la casa aquella con verjas de lanzas apuntando hacia el cielo y esa biblioteca inundada de libros ingleses, como si usted hubiese nacido en Argentina por accidente.

- Sin embargo mi autor preferido fue siempre Stevenson y no era inglés.

- ¡Oh lá lá! ¿Cuántas veces le dijeron que la acabe con Stevenson? ¡Es literatura para adolescentes! -añadió Cortázar casi insolente.

- Nadie mejor que él para construir valores simbólicos, lo imaginativo y el espíritu poético de un realismo fantástico... Nada que ver con los amigos que usted tiene, ¡aprendices de escritores!

- ¿Quiénes...? ¿Sarmiento?, ¿Arlt?, ¿Quiroga...? ¡Son nuestras raíces!

- Barbarie cultural...

- Y además, estando aquí en Francia leí dos o tres veces "Los Miserables" de Victor Hugo y "El Llamado a la Nación Artesana" de Robespière...

- Estimado Cortázar, usted siempre tan naïf, dejándose llevar por pasiones viscerales. El tema no hace al escritor -inquirió Borges con su ironía nata, y agregó- Los libros se cargan con la pureza del lenguaje y cualquier sujeto puede ser magno si se lo construye correcto, poético e imaginativo, allí están para confirmarlo Balzac, Wilde, Walt Whitman, Shakespeare... yo mismo. Y tantos otros escritores que fueron el sabor de una plenitud de vida.

- ¡Tiene razón don Borges! -grité ya fuera de sí, inmiscuyéndome en una plática a la que no había sido invitado- ¡El relato que usted escribió sobre los dos Borges, fue magnífico!

A lo mejor fue la misma tormenta de afuera que desató una tempestad o el deseo de los turistas por entrar a un bar con historias argentinas, pero el lugar estaba completo de gente y eso hizo que el silencio producido, después de mi grito, pareciese más denso y heteróclito. Hasta la venezolana de sonrisa dulce y provocante me miró absorta, y el mozo con su barba desaliñada que no podía ocultar su origen sureño se acercó para preguntarme si quería otra cosa. Sin embargo, en sus palabras había más curiosidad por lo sucedido que deseos de servirme. Estuve por responder algo sin sentido cuando los libros, que estaban sobre la mesa, cayeron al piso con un ruido sordo y me apresté a recogerlos, pero ya alguien se había adelantado y me los alcanzaba, era la estudiante que había resuelto tomar la iniciativa armándose del coraje que a mí me estaba faltando.

Ella se sentó frente mío y sin preocuparse por mi consentimiento solicitó dos cafés, uno bien aguado. Borges y Cortázar interrumpidos por mi osadía se habían retirado del bar y, a pesar del intento por ubicarlos, ya no pude verlos de nuevo. A mi lado, Dante y Virgilio, parecían divertidos con la situación novel que venía de presentarse y pensé decirles que a ese hecho yo no le veía nada de gracioso, pero no lo hice. Ellos también habían decidido proseguir su ruta y Virgilio, después de saludarme, comentó a su compañero: "Será mejor continuar nuestro viaje, Charon debe estar impaciente con la demora, no nos creerá que en el Purgatorio había un bar con tantos latinoamericanos incrédulos".

No era posible que todos partieran de golpe, hubiera querido pedirles de atenderme, porque si estábamos en el purgatorio mi purificación debía ser cuestión de minutos, yo no tenía más pecados que los de cualquier mortal, apenas había cometido un poco de soberbia, un poco de engaños, un poco de mentiras, un poco de traiciones, un poco de venganzas, un poco de humillaciones... ¡Qué diablo! Al fin y al cabo era humano y me comportaba como tal.

Dante y Virgilio salieron del bar sin titubeos, la tormenta parecía no preocuparlos como si ya estuviesen acostumbrados; entonces, sonreí por sonreír, por el simple placer del gesto, y tomé las manos lenitivas de la estudiante venezolana que me miró perpleja. Pero eso es otra historia.

(Primera publicación: “La Voz del Interior”, Córdoba, Arg. 29/01/2007)




lunes, 3 de marzo de 2014

Homenaje a la mujer


(8 de marzo: Día Internacional de la Mujer)

Porque
vengo del vientre de una mujer...
Porque
mi vida también se proyecta
sobre una mujercita
mi hija !

Porque
el perfume mas sublime que he conocido
es la fragancia de mujer.

Porque
las mujeres me enseñaron
las lágrimas y las risas
la tristeza y la alegría.
En resumen:
me enseñaron la vida !

Porque
mi esperanza es una mujer guerrera...

Porque
Yo aprendí el amor entre los brazos de mujeres...

Porque
la libertad y la justicia
son partos de mujeres...

Porque
yo me aferro a la mujer
como el naufrago a una isla...

Por todo eso
¡Mi homenaje más sincero !...

Juan Carlos Alarcon

“Pais Chucaro” Ediciones Recovecos, Argentina